La crueldad desinhibida

La desafortunada frase del intendente de la localidad de Caseros, Entre Ríos, al que días atrás no se le ocurrió nada mejor que afirmar que para que pueda aumentar el monto de las jubilaciones es necesario que se mueran muchos jubilados, no solo llama la atención por su desinhibida crueldad y su feroz desparpajo, sino que revela algunos límites conceptuales en los modos en los que piensan las cosas los adherentes a la ideología con la que se está (des)gobernando nuestro país. Pero quizás no solamente ellos, y por eso puede valer la pena señalar y proponer una reflexión sobre esos límites tan groseros. Propongo hacerlo destacando tres asuntos.

Uno está asociado a ese tono que suelen tener las intervenciones discursivas de los miembros del gobierno nacional, y también la orientación efectiva de sus políticas, que suele identificarse -y que recién identifiqué- con la palabra “crueldad”. No estoy seguro de que sea la mejor, sobre todo en la medida en que tiende a, digamos, “subjetivizar” nuestro análisis y nuestra crítica, como si las políticas de destrucción de las condiciones mismas de la vida que enfrentamos fueran la consecuencia, apenas, de un rasgo de carácter, o incluso de una condición moral, de quienes nos gobiernan, y no de un programa que tiene autores, actores e intereses, y también un conjunto de supuestos teóricos, incluso filosóficos, que es necesario inspeccionar y discutir.

El primero de ellos puede ser formulado con una frase sencilla que a los máximos voceros del gobierno nacional les gusta repetir. La dijo por vez primera una dirigente por la que nuestros gobernantes profesan una particular devoción, Margaret Thatcher, y dice, en un puñado de simplísimas palabras, que la sociedad no existe. Que lo que existe son individuos solitarios y egoístas, cada uno de los cuales, por lo tanto, solo puede ver en el otro un enemigo, un obstáculo, un motivo de peligro. No alguien con quien comparta alguna cosa tengan en común. A la ideología libertariana la idea misma de “lo común” no le dice nada. No hay nada en común entre esos átomos individualistas y posesivos que somos, y es por eso que puede pensarse en la desgracia, el sufrimiento o aun la muerte del otro como algo que no nos afecta en lo más mínimo. Más aún: que puede resultarnos necesario.

El tema, por supuesto, ha sido considerado en algunos textos mayores de la filosofía política de los últimos siglos: no estamos nada lejos, en efecto, del “estado de naturaleza”, de guerra de todos contra todos, del que nos hablaba Thomas Hobbes, aunque con la diferencia -que ha señalado Cecilia Abdo Ferez en su último libro- de que Hobbes entendía como un elemento fundamental de ese estado de naturaleza el deseo de los individuos de salir de él, mientras que lo que todos los días nos indica con sus discursos el gobierno es que este estado invivible, en el que nos vemos inducidos a ver al otro como un enemigo y a desear que ese otro se muera para que mi jubilación sea un poco menos miserable, es un estado natural y además virtuoso y además definitivo, del que no debemos (del que no debemos querer) salir, porque cualquier idea de una forma distinta de convivencia sería antinatural, distorsiva, populista o keynesiana o comunista o kuka y por lo tanto injusta.

El segundo asunto sobre el que nos permite llamar la atención la frase del intendente de Caseros es uno particularmente importante en las representaciones que tiene este gobierno sobre lo que puede o no puede hacerse. El principio es el siguiente: no hay plata. No hay plata porque, a diferencia de los horribles e irresponsables populistas que gobernaron antes, nosotros sabemos que no se puede gastar más que lo que entra, que el equilibrio fiscal no se negocia (¿no es ese el argumento con el que el gobierno combate primero y veta después las leyes que procuran que con la democracia se coma un poquito más, se cure un poquito mejor y se eduque con un poquito menos de penurias que las que hoy sufrimos?) y que lo que no se puede no se puede y no se discute más. Economicismo. Determinación total de las posibilidades de la (artificial y mala) voluntad política por los límites de la (natural y verdadera) economía, y de una economía, para peor, concebida en un marco estrechamente fiscalista.

 

Movilización de jubilados en el Congreso, miércoles 28 de mayo.

No es en vano que haya aludido, al pasar, a aquella famosa frase del viejo Alfonsín. Por la que en su momento, creo, dimos menos que lo que valía, quizás porque la supusimos apenas una mala descripción de cómo eran las cosas, y no una virtuosa indicación, un importante programa acerca de cómo debían ser. Lo que Alfonsín, lejos del estrecho procedimentalismo que exhiben, en el mejor de los casos, los voceros del actual gobierno (Guillermo Francos, preguntado por un periodista sobre el derecho democrático a protestar: “No, no, no: no confundamos las cosas. La democracia se ejerce votando; después, el gobierno tiene la obligación de mantener el orden en las calles”), lo que Alfonsín, digo, estaba diciendo, era que no había, que no hay verdadera democracia si los sujetos no pueden ver reconocidos, en ella y gracias a ella, esos derechos fundamentales. El actual gobierno nacional (cuya principal figura dice a quien quiera oírlo que “está en contra de los derechos”, porque “alguien debe pagar por ellos” y nadie tiene por qué hacerlo) no cree una palabra sobre esto.

Hay por último una tercera cuestión que la desaforada frase del intendente de Caseros nos invita a pensar: la de qué es y cómo debe financiarse el derecho de las personas mayores a recibir una jubilación (que tiene que ser mucho mejor que la que hoy reciben, desde ya) que les permita vivir con dignidad. Esa extraordinaria institución de la seguridad social argentina fue imaginada en un tiempo de expansión del trabajo industrial y del trabajo en general, en un país que era joven y que tenía una población joven y que estaba en crecimiento, y donde la retención de un determinado porcentaje de los salarios de los trabajadores “activos”, más el aporte de otro porcentaje del que debían hacerse cargo sus empleadores, permitía financiar muy adecuadamente los ingresos de aquellos que, habiendo trabajado en el pasado, ya tenían la edad suficiente como para disfrutar del justísimo derecho a no tener que seguir haciéndolo para poder vivir.

Hoy la situación es muy distinta. La población del país se ha “envejecido”, el trabajo (y sobre todo el trabajo “en blanco”, con recibo de sueldo, retenciones y aportes patronales) escasea, y esos porcentajes calculados sobre la masa salarial de los trabajadores y las trabajadoras formales empiezan a resultar por completo insuficientes para costear la vida de nuestros viejos y de nuestras viejas. (De nuestros trabajadores “pasivos”, iba a escribir, pero recordé que días pasados una compañera, que miércoles a miércoles sale de su casa a protestar a la plaza del Congreso y a ser ahí corrida, apaleada y gaseada por las fuerzas de seguridad de la nación, me indicó, en una conversación sobre estas cosas, que era hora de que dejáramos de nombrarlos con ese adjetivo calificativo tan manifiestamente injusto.)

¿Y entonces? Entonces, que un montón de gente empieza a decir que estamos fritos: que la plata de los trabajadores en actividad no es suficiente para pagar jubilaciones dignas a tanta gente, que esta gente empieza a ser demasiada (¿no lo dijo en su momento la inefable Christine Lagarde?), y que por lo tanto van a tener que ir haciéndonos la gauchada de morirse. Brutal, inhumano y torpe. Lo digo rápido porque aquí no se trata de detalles, sino solo de dejar establecido este principio: es necesario dejar de considerar a la jubilación un derecho laboral y empezar a considerarla un derecho humano, y es necesario dejar de suponer que es solo con las retenciones y los aportes sobre los sueldos de los trabajadores y las trabajadoras en blanco que podemos sostenerlas. 

Inauguración del programa Mayores Bonaerenses Activos, que busca promover el bienestar y la inclusión de personas mayores a 60 años.

¿Y con qué más, entonces? No sé, pero propongo que con los impuestos. Con impuestos a los ricos, a sus fortunas, sus lujos, sus ocios. La derecha es genial: cada vez que gobierna, inventa (miente) que la carga fiscal “en este país” es agobiante, reduce los impuestos a los ricos, baja la recaudación, y después dice que no hay plata y que por lo tanto nos tendremos que morir. Necesitamos una reforma tributaria progresiva que dé al Estado, que muy pronto deberá estar gobernado con criterios de mayor justicia que estos que hoy padecemos, los recursos para que los derechos de los ciudadanos y las ciudadanas vuelvan a ser el corazón democrático de nuestra vida colectiva.

El autor es politólogo y filósofo.

Rosas, Caseros y Perón

Juan Manuel de Rosas fue nuestro primer jefe popular. Seguido y admirado por gauchos, originarios, afrodescendientes. Se opuso a admitir la doctrina del libre comercio, propagada por la potencia de turno, Gran Bretaña. Mantuvo durante veinte años fuera del poder a la oligarquía porteña.

Los historiadores liberales repudiaron a Rosas por plantear un proyecto de país nacional, popular, federal y latinoamericanista distinto al que deseaban. Condenado al infierno de esa versión que se convertiría en “la oficial” pasó a ser  el maldito de nuestra historia. Y nos enseñaron a odiarlo. Pero ¿quién es Juan Manuel de Rosas en el marco de la historia argentina y la formación del Estado? ¿Por qué se soslaya sistemáticamente su defensa de la soberanía nacional frente a Francia e Inglaterra? ¿Por qué San Martín le legó en su testamento el sable que lo acompañó en la lucha por la independencia americana? ¿Por qué los sectores populares lo amaron hasta la idolatría?

El Restaurador fue destituido en el combate de Caseros, inerme ante la traición de Urquiza con el apoyo de Brasil e  Inglaterra. Apelemos a la verdad histórica. Rosas había insinuado que no aceptaría otra reelección como Gobernador de Buenos Aires cuando terminara su período en marzo de 1850. Durante el año 1849 lo reiteró varias veces y cuando llegó diciembre lo anunció una vez más. Como en 1832 y 1835 puede presumirse que Rosas procuraba mejorar su situación política antes de emprender una guerra contra el Brasil que lo convertiría en árbitro de Sud América. Da respaldo a esta presunción el proyecto entonces presentado en la Legislatura porteña de ser consagrado Jefe Supremo de la Confederación, con plenos poderes nacionales, con lo que don Juan Manuel dejaba de ser el Gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores para convertirse en Jefe del Estado argentino. Once provincias adhirieron al proyecto.

Entre Ríos y Corrientes se abstuvieron y el 1º de mayo de 1851 Urquiza aceptó la renuncia presentada por Rosas, separó a Entre Ríos de la Confederación y la declaró en aptitud de entenderse con todos las potencias hasta que las provincias reunidas en asamblea determinaran el futuro gobernante. Su satélite Corrientes imitó esta actitud. El pretexto de Urquiza fue dictar una constitución, a lo que Rosas se oponía.

Los enemigos de don Juan Manuel, luego del sostenido fracaso en derrocarlo de intelectuales, potencias extranjeras y probados jefes de nuestra independencia, sentían sus corazones latir con esperanza pues había llegado el momento en que quien confrontaría con el invicto dictador era alguien de su misma hechura: un recio caudillo federal, de gran carisma entre la chusma y con mayor talento y experiencia en el campo de batalla. A sus fuerzas se incorporarían un revoltoso boletinero, Domingo Sarmiento, y un joven artillero y mediocre poeta, Bartolomé Mitre.

En la Banda Oriental acampaba el segundo mejor ejército de Rosas, quien se había ocupado de suministrar el mejor armamento posible para sus cinco mil aguerridos soldados, veteranos de muchas campañas. Contaba también con una excelente caballada y varias piezas de artillería de buen poder de fuego dejadas atrás por la rendición de ingleses y franceses. Pero a pesar de sus virtudes no tenía envergadura suficiente para resistir una acometida de las tropas al mando de Urquiza. Mucho menos si a éstas se le sumaban las de su nuevo aliado, el Imperio del Brasil.

El entrerriano invade el Uruguay el 18 de julio de 1851. El 4 de septiembre lo imita un ejército brasileño de dieciséis mil hombres a cuyo frente va el militar más prestigioso de su país, el marqués de Caxias. Además con una fuerte suma en la faltriquera para sobornar políticos uruguayos y jefes del ejército de Oribe. Esto, sumado a una inteligente política de “ni vencedores ni vencidos” prometiendo el perdón y la reincorporación a la “fuerzas vencedoras” provocó una importante deserción de oficiales y soldados federales.

Oribe, quien sostuvo una secreta y prolongada entrevista con Urquiza, no ofreció resistencia capitulando el 8 de octubre de 1851, “desacreditado pero no deshonrado” como él mismo escribirá, sobre la base de una amnistía política y de la independencia del Uruguay. Después de tantos años de una recíproca lealtad que había sobrellevado tantas contingencias extremas, traicionaba a Rosas, para muchos sospechosamente, al aceptar la derrota sin presentar batalla y sin consultar al Restaurador.

La etapa siguiente de la campaña aliada era el ataque a Buenos Aires. El tratado del 21 de noviembre de 1851, entre Brasil, Uruguay y los “estados de Entre Ríos y Corrientes”, estableció que el aporte humano correría por cuenta de las provincias del Litoral. Brasil facilitaría los abultados 100.000 patacones mensuales exigidos por Urquiza para afrontar “gastos bélicos”; también 2.000 espadas de guerra y todas las municiones y armas de guerra que fuesen necesarias; además una división de infantería, un regimiento de caballería, dos baterías de artillería de seis cañones cada una, los que sumarían 4.000 hombres bajo el mando del prestigioso general Manuel Márquez de Souza; en cuanto al apoyo fluvial, en lo que la Confederación rosista era muy débil, la escuadra imperial ocuparía el Paraná y el Uruguay facilitando los desplazamientos del bien llamado “ejército grande” y obstruyendo los del enemigo; por fin, otro ejército de 12.000 soldados brasileros, llamado “de reserva”, se desplegaría en las costas del río de la Plata y del Uruguay para traspasarlos en cuanto fuese necesario.

Los 100.000 pesos fuertes exigidas por el jefe entrerriano le parecen al marqués de Caxias una contribución excesiva porque no ignora que el abastecimiento de carne proviene de los propias haciendas de Urquiza y porque, como es costumbre, la provisión de otros insumos y de animales se hace por confiscación forzosa en los establecimientos privados de la zona. Le cuesta confiar en quien ya ha traicionado, pero sabe que su persona y sus fuerzas son indispensables para lograr la caída de un vecino tan incómodo.

Entonces el 20 de diciembre escribirá con realismo a su gobierno aconsejando una respuesta positiva: “Cualquier negativa nuestra lo irritaría siendo, como V.E. sabe, alguien a quien poco falta para mudar de opinión de la noche a la mañana (…) No le sería difícil arreglarse con Rosas y volverse contra nosotros”.

También influía la recompensa, acordada y firmada con sus socios beligerantes, de la incorporación de las riquísimas Misiones Orientales, de elevada significación estratégica por su ubicación geográfica que se irradiaba hacia Brasil, Paraguay, Argentina y .sobre todo, Uruguay. La guerra será declarada formalmente: “Los estados aliados declaran solemnemente que no pretenden hacer la guerra a la Confederación Argentina(…) El objeto único a que los Estados Aliados se dirigen es liberar al Pueblo Argentino de la opresión que sufre bajo la dominación tiránica del Gobernador Don Juan Manuel de Rosas”.

Desactivado Oribe, el ejército de Urquiza se embarca en Montevideo hacia fines de octubre de 1851 en tres barcos brasileños que lo transportan a Entre Ríos. Desde allí comenzará su marcha sobre Buenos Aires cruzando el Paraná sin hallar oposición debido a que el general Pascual Echagüe, gobernador de Santa Fe, recibe orden de retroceder hasta juntarse con Rosas en Santos Lugares, en las afueras de Buenos Aires, donde se concentrarán las pocas fuerzas disponibles para la defensa.

En su marcha por la campiña bonaerense Urquiza no encuentra las esperadas adhesiones a  pesar de que se suponía que los pobladores iban a levantarse en contra del”tirano”.  Pero a los habitantes de las pampas les resultaba inadmisible la alianza con el enemigo brasilero y resistieron pasivamente a los “libertadores”, como dieron en llamarse a sí mismos, negándoles información, contactos y provisiones, y manteniéndose fieles al gobernador de Buenos Aires. Según el general César Díaz, comandante de las fuerzas uruguayas, “evitaban nuestro contacto como si les fuera odioso, las casas de campo estaban abandonadas y sus moradores se habían retirado huyendo de nosotros como de una irrupción de vándalos”. Agregará en sus “Memorias”: “El espíritu de los habitantes de la campaña de Buenos Aires era completamente favorable a Rosas”.

Axel Kicillof en su despacho junto a un cuadro de Juan Manuel de Rosas.

Hasta Urquiza estaba asombrado y preocupado al ver “que el país tan maltratado por la tiranía de ese bárbaro se haya reunido en masa para sostenerlo”. Díaz anotará una sorprendente confesión del jefe entrerriano: “Si no hubiera sido el interés que tengo en promover la organización de la República, yo hubiera debido conservarme aliado a Rosas porque estoy persuadido de que es un hombre muy popular en este país”.

Las únicas unidades que le quedaban a Rosas eran la artillería y el regimiento de reserva cuyo comando, en un gesto de hidalga confianza , ofreció a dos oficiales unitarios que habían regresado a Buenos Aires para luchar de su lado y en contra de los invasores extranjeros: Mariano Chilavert y Pedro José Díaz.  Ambos aceptaron y, en la última batalla, lucharon vigorosamente por Rosas.

Nombró a Angel Pacheco comandante de la vanguardia y luego comandante en jefe del centro y norte de Buenos Aires. Pero todo evidencia que, sobornado o realistamente convencido de la inutilidad de resistir, no tomó iniciativa contra el enemigo ni permitió que lo hicieran sus subordinados. Ante el disgustado reclamo de don Juan Manuel ofreció su renuncia, que no fue aceptada.

El 30 de enero ese jefe militar a quien el Restaurador había permitido enriquecerse  haciendo del verbo “pachequear” un sinónimo de cuatrerear, dejó su puesto sin consultarlo y se marchó a su estancia “El Talar de López” sobre el río “las Conchas”. Allí presentó nuevamente su renuncia y mientras se estaba librando la batalla final para el régimen, el general Pacheco, en quien Rosas había depositado su confianza a lo largo de muchos años, y su fuerza de caballería de quinientos hombres descansaban en su estancia. Para colmo de males también perdió el aporte del héroe de Obligado, general Mansilla, quien cayó misteriosamente enfermo el 26 de diciembre luego de advertirle a su cuñado que no lo consideraba con capacidad militar para conducir un ejército de 20.000 hombres.

Todos conocemos el resultado del combate de Caseros y el digno exilio del Restaurador. Fue entonces cuando nuestra Patria cambió definitivamente de rumbo.

Batalla de Caseros, 3 de febrero 1852.

¿Cuál fue la opinión de Perón sobre Rosas?

En carta dirigida a su padre Mario, residente en Malaspina (Chubut), cuando era un joven oficial de 23 años de edad, escribía:

“No olvides papá que este espíritu de patriotismo que vos mismo supiste inculcarme, brama hoy un odio tremendo a Inglaterra que se reveló en 1806 y 1807 y con las tristemente argentinas Islas Malvinas, donde hasta hoy hay gobierno inglés; por eso fui contrario siempre a lo que fuera británico, y después del Brasil a nadie ni a nada tengo tanta repulsión.

Francia e Inglaterra siempre conspiraron contra nuestro comercio y nuestro adelanto y si no a los hechos:

En 1845 llegó a Buenos Aires la abrumadora intervención anglo-francesa; se libró el combate de Obligado, que no es un episodio insignificante de la Historia Argentina, sino glorioso por (que) en él se luchó por la eterna argentinización del Río de la Plata por el cual luchaban Francia e Inglaterra por política brasilera encarnada en el diplomático Visconde de Abrantes.

Rosas con ser Tirano, fue el más grande argentino de esos años y el mejor diplomático de su época, ¿no demostró serlo cuando en medio de la guerra recibió a Mr. Hood y haciendo amueblar lujosamente su casa dijo: «Ofrescanselá al Mister», seguro de las ventajas que obtendría?

¿No demostró ser argentino y tener un carácter de hierro cuando después de haber fracasado diez plenipotenciarios ingleses consiguió más por su ingenio que por la fuerza de la República que en esa época constaba solo con 800.000 habitantes; todo cuanto quiso y pensó de la Gran Bretaña y Francia?; porque fue gobernante experto y él siempre sintió gran odio por Inglaterra porque esta siempre conspiró contra nuestro Gran Río, ese grato recuerdo tenemos de Rosas que fue el único gobernante desde 1810 hasta 1915 que no cedió ante nadie ni a la Gran Bretaña y Francia juntas y como les contestó no admitía nada hasta que no saludasen al pabellón argentino con 21 cañonazos porque lo habían ofendido; al día siguiente, sin que nadie le requiriera a la Gran Bretaña, entraba a Los Pozos la corbeta Harpy y, enarbolan¬do el pabellón argentino al tope de proa, hizo el saludo de 21 cañonazos.

Rosas antes que todo fue patriota”.

 

El autor es escritor, historiador y psicoanalista.

BRICS: la puerta al futuro que cerró Milei.

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La inteligencia artificial ¿y el fin del trabajo?

De todos los fantasmas que agitan la irrupción en nuestras vidas de la inteligencia artificial, el que mayores pesadillas despierta es el que plantea una amenaza concreta al trabajo humano.

Y no es para menos. Desde la revolución industrial en adelante, nuestras vidas se estructuran alrededor de la actividad laboral. Puede decirse que la cultura del trabajo es una creación humana bastante reciente. Doscientos años es relativamente poco en términos de nuestra evolución.

Antes, el trabajo era otra cosa: explotación de los esclavos y vasallaje feudal en la ruralidad. Pero desde que las máquinas empezaron a pautar la vida laboral en fábricas primero y en oficinas después, cambiaron los hábitos. Las rutinas se ordenaron alrededor de los turnos y horarios de las empresas. Las relaciones familiares, la alimentación y el ocio se organizaron en función del trabajo.

Fábrica Ford, Provincia de Buenos Aires, Argentina. 1950.

En la cuarta revolución industrial que estamos atravesando, la noción de trabajo vuelve a entrar en discusión. En el corto y mediano plazo, la inteligencia artificial y su propuesta de automatización ponen en riesgo una enorme cantidad de empleos. Curiosamente, cuando décadas atrás se planteaba esta amenaza, el consenso de los especialistas apuntaba a la pérdida de trabajos que pusieran en juego habilidades mecánicas y no aquellos que involucraran tareas intelectuales. Hoy queda claro que, frente a esta ola imparable, tiene muchas más posibilidades de mantenerse en su actividad un electricista que un programador.

La evolución tecnológica viene desafiando, por ejemplo, el futuro de muchos oficios creativos que apenas un puñado de años atrás se creían eternos. Guionistas, locutores, editores, escenógrafos, realizadores, músicos, periodistas y animadores, entre otros, ven como sus horizontes laborales se achican cuanto más avanzan los sistemas de automatización digital. El panorama es preocupante desde dos perspectivas: la de los empleos que se pierden y la de una creatividad que poco tiene de creativa, porque se basa en la repetición de patrones; que es lo que básicamente hacen las máquinas.

El horizonte es inquietante. Las previsiones de quienes se atreven a mirar hacia el futuro auguran que se perderá alrededor del 30 por ciento de los empleos actuales. La propuesta de una renta básica universal para contener a los caídos del sistema no consigue despejar la incertidumbre.

La pregunta es cuán solos estamos en este panorama inquietante. O, mejor dicho, si más allá de las reflexiones filosóficas y los mensajes de alerta, los líderes políticos y sindicales están pensando en cómo mitigar las consecuencias de ese futuro que nos angustia.

No hay una respuesta única. Las diferentes posiciones ideológicas de los gobiernos y sus distintas sensibilidades frente a los problemas de los trabajadores hacen que no haya una sola manera de enfrentar el asunto.

Hay líderes que comprenden lo que está en juego y buscan soluciones. Hay otros que prefieren no actuar y dejar que los tecnomagnates sigan decidiendo el futuro a espaldas del resto de la humanidad. Y hay otros dirigentes que se tapan los ojos porque perciben que el tema les queda demasiado lejos y se entregan.

Pero enfoquémonos en el primer grupo, en los que se comprometen con la búsqueda de alternativas al colapso del empleo. ¿Cuáles son los caminos que imaginan?

Hay un concepto que se menciona en casi todas las recetas: reconversión. Queda claro que con la automatización digital muchos trabajos van a desaparecer y que va a ser necesario que los gobiernos, las empresas y los sindicatos inviertan tiempo y dinero en capacitar a los trabajadores para los empleos que el nuevo paradigma tecnológico (se supone que) va a ofrecer.

Se trata de un desafío monumental porque no estamos hablando de un grupo reducido de personas, en una actividad específica y en un territorio determinado. Estamos hablando de mucha gente, con diferentes habilidades y en lugares que tienen realidades socioculturales diversas.

A diferencia de otros cambios que enfrentó la humanidad a lo largo de la historia, las transformaciones que vienen se darán a gran velocidad. No se habla de décadas de adaptación, se habla de apenas cinco años para que el mundo laboral se vuelva irreconocible.

Fábrica Ford, Provincia de Buenos Aires, Argentina. 2025.

Esa circunstancia hace que la tarea de capacitar en nuevas habilidades a una parte significativa de la fuerza laboral sea urgente, con todos los riesgos que la palabra urgente trae: errores, discriminación, injusticias, etc.

En un mundo donde las fronteras se desdibujan resulta razonable que frente a problemas globales surjan respuestas coordinadas. Para eso se supone que está, por ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo. La OIT desarrolló una metodología para estimar los efectos de la inteligencia artificial generativa en las ocupaciones existentes y publicó informes sobre el impacto potencial de la automatización en diferentes regiones y sectores. Además, creó un observatorio dedicado a la economía digital que produce conocimiento muy valioso.

Esa mirada experta y global ilumina algunos escenarios interesantes, como la certeza de que la automatización tendrá un impacto desigual en diferentes regiones y sectores, dependiendo del nivel de digitalización y la capacidad de adaptación de cada región. O que la inteligencia artificial generativa tiene más potencial para transformar tareas que para eliminar empleos enteros.

Los desafíos para los actuales y futuros líderes son enormes. El mundo para el que se prepararon está dejando de existir. El cambio que tienen que enfrentar no es sólo tecnológico. En el paquete vienen cambios políticos, económicos, sociales, culturales y hasta cognitivos. Ellos también tendrán que capacitarse para reconvertir su manera de liderar. Deberán entender las reglas de ese nuevo mundo y aprender de qué se trata gobernar en la nueva fase del capitalismo, que ya no tiene rostro humano sino alma digital.

La fiebre del hacer: Domingo Mercante

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Hay otro camino y lo estamos construyendo

“A esta altura a nadie se le escapa que la política económica del Gobierno de Milei se trata de un programa económico que nada tiene de austríaco, de anarcocapitalista o de liberal libertario. El plan económico de Milei, como varios planes neoliberales en nuestra historia, en particular la tablita de Martínez de Hoz, la convertibilidad de Cavallo o los primeros años de Macri, está compuesto de unos pocos instrumentos: planchar el dólar, deprimir los salarios, ajustar fuertemente la inversión pública, aplicar tarifazos e implementar una apertura importadora y una desregulación económica. El resultado es siempre el mismo: con el dólar quieto, reprimiendo los salarios y jubilaciones, la inflación se reduce, pero a costa de liquidar la demanda y el mercado interno primero, y la producción y el empleo, después. Veamos los números oficiales: desde que llegó Milei el salario mínimo cayó un 30% con respecto a noviembre de 2023 y la jubilación mínima se desplomó un 22%. Esta fuerte caída de los ingresos hizo que, a su vez, se desplomara el consumo.

Mientras en la imaginación del presidente todo anda bien y todo crece, en la realidad tenemos los peores niveles de consumo de carne, leche y yerba en décadas. Claro está que si no hay consumo, no hay ventas y, por tanto, se destruyen la producción y el empleo. No se produce ni se invierte si no hay a quién venderle.. El estimador de actividad económica de la provincia registró una caída de 4,4% en los primeros 13 meses de Milei. Mientras tanto, la industria se desploma un 10% y la construcción un 27%. Como consecuencia de esta política económica, se perdieron miles y miles de fuentes de trabajo: 170.000 empleos formales registrados fueron destruidos. Si se incluyen los informales, llegamos a 230.000 empleos pulverizados, un cuarto de millón de empleos destruidos por Milei. Hay 207.000 nuevos desocupados en todo el país, y 8 de cada 10 nuevos desempleados son bonaerenses.” 

“En cuanto a la motosierra, claramente no se usó contra la casta: el 81% del ajuste lo explican las jubilaciones y pensiones, las prestaciones sociales, la obra pública, las tarifas de energía, el boleto de transporte, recursos para Universidades y los fondos para las las Provincias. No hay casta en ninguno de esos sectores sobre los que Miei  descargó el ajuste. Pasando en limpio:  muchos perdedores y pocos ganadores, dando como resultado una mayor concentración de la riqueza en pocas manos, más desigualdad, menos oportunidades, y por ende, menos libertad para las mayorías. Este modelo resulta sumamente injusto, anti productivo y además altamente frágil e inestable ya que para sostenerse requiere de un flujo permanente de dólares que permita sustentar el tipo de cambio. Por eso la urgencia y la desesperación obsecuente para conseguir el auxilio del FMI. El FMI es un prestamista de última instancia de los países, eso quiere decir que está para ayudar, desde su fundación y según sus estatutos, a países que sufren grandes crisis o están directamente en la quiebra. Milei festeja que el FMI va a poner dinero fresco, al igual que festejó el gobierno de Macri. Pero todos sabemos que cuanto más presta el FMI, más complicado está el país. En fin, es una estafa piramidal: se la llevan unos pocos, dejan un tendal y la deuda la tiene que afrontar el pueblo argentino. Dolorosamente, los argentinos lo sabemos muy bien: más deuda externa es menos futuro.  

Finalmente, unas palabras sobre el equilibrio fiscal que tanto festeja el presidente: En primer lugar, ese equilibrio se consiguió, entre otras cosas, frenando toda la obra pública. ¿A ustedes les parece legítimo hacer eso en honor a una exigencia del FMI y a un fanatismo ideológico? En segundo lugar, Milei consiguió el equilibrio fiscal sobre la base de un mayor desequilibrio social: ¿qué clase de equilibrio goza una sociedad donde se le quitan los remedios a los jubilados, donde cae el consumo de leche, de carne y los servicios se vuelven impagables? En síntesis: nosotros creemos que reducir la inflación es un objetivo muy importante, y lo pude demostrar como Ministro de Economía, pero jamás se me ocurriría festejar un logro económico si requiere mayor sufrimiento del pueblo. La economía tiene que estar al servicio del pueblo, no el pueblo al servicio de la economía.”

Recorrida por el el nuevo edificio para la Escuela de Educación Artística N°1 de Lobos.

“Como Provincia, y al igual que las demás provincias, sufrimos la peor de las combinaciones, la peor de las paradojas: estamos bajo el ataque de un gobierno nacional que deserta. La agresión a la Provincia de Buenos Aires, que alcanzó su expresión más absurda y a la vez peligrosa en una amenaza de intervención por parte del Presidente, forma parte de una estrategia sistemática de ataque al federalismo y a los gobiernos provinciales elegidos por sus pueblos. Ya lo vimos en los ataques a Chubut, Santa Fe, La Rioja, Formosa, Río Negro, Tierra del Fuego, La Pampa y con cualquier gobernador que se atreva a defender los intereses de su provincia. Ahora bien, el Presidente parece olvidar algo fundamental: él gobierna la Nación pero no las provincias. Los gobernadores no somos empleados del Presidente. Representamos a nuestro pueblo y tenemos la obligación de defender sus derechos e intereses. En este contexto de desintegración que provoca la deserción del Gobierno Nacional y la exaltación del egoísmo, la provincia de Buenos Aires ratifica su compromiso con el federalismo, con la democracia y con la Constitución. Vamos a seguir trabajando con todas las provincias, independientemente del signo político de quien gobierne, como lo hemos hecho con Chubut, Corrientes, Río Negro, La Pampa y Santa Fe. Esa es nuestra manera de honrar la solidaridad, la justicia social y los principios que nos unen como pueblo: ‘Nadie se salva solo.”  

“Desde el primer día de su gobierno, el presidente Milei dejó en claro su objetivo: desmantelar el Estado, eliminar sus funciones esenciales, desertar de las responsabilidades que la Constitución le impone. En una primera etapa, durante la campaña electoral, algunos pudieron pensar que se trataba de excesos actorales. Pero transcurridos 15 meses de esta nueva etapa, queda claro que no se trata de opiniones ni de interpretaciones; la deserción del Estado Nacional es un hecho concreto y una estrategia deliberada: se recortaron los fondos destinados a la seguridad, se paralizaron las transferencias para educación, salud, se detuvieron las obras públicas que construyen dignidad, desarrollo e integración. En resumen, se abandonó a las provincias y al pueblo a su suerte, imponiendo un egoísmo de Estado, un auténtico sálvese quien pueda. La deserción del Gobierno nacional no solo es una cuestión económica o administrativa, es también un proyecto de desintegración nacional. Perón decía que su objetivo era terminar con el Estado indiferente y abstencionista. Javier Milei impulsa un Estado Desertor, que renuncia a proteger, a educar, a curar, a integrar, a desarrollar. No es un descuido, no es un error: es un plan. Milei no solo busca achicar el Estado, quiere desintegrarlo, quiere desmantelar la comunidad, quiere dividirnos para debilitarnos.

Déjenme ejemplificar qué significa y qué consecuencias tiene que el Estado Nacional deserte, que se borre: En transporte, significa inmensos aumentos en los boletos de colectivo tanto en el interior como en el AMBA, significa un tarifazo energético, significa aumentos impagables en los precios de los medicamentos, significa menos salario para los docentes, significa cerca de 1.000 obras paradas de agua, cloaca, vivienda, vialidad, significa el total abandono de las rutas nacionales, significa menos recursos para patrulleros y seguridad. Lamentablemente, muchas veces el Estado no llega o lo hace deficientemente, en realidades donde subsisten deudas e intolerables desigualdades. Pero lo que Milei encabeza no es un Estado ausente o deficiente, sino un Estado desertor, que renuncia, que se borra, que deliberadamente desconoce sus obligaciones. No es casualidad que Milei no solo retire al Estado Nacional sino que tampoco recorra jamás el territorio de nuestro país. En síntesis: nos roban los fondos que nos corresponden, el Gobierno nacional se retira de todas las áreas en las que le corresponde actuar y está en marcha una gigantesca transferencia de ingresos desde la producción y el trabajo hacia el extractivismo y la especulación, de lo nacional hacia lo extranjero.  

Cada área de gestión está atravesada y golpeada por la deserción del Estado Nacional y por las consecuencias del plan económico en marcha. En cada tema, nuestro Gobierno provincial actúa como escudo para proteger los derechos agredidos y como red para atenuar el daño y sostener, en las medida de nuestras posibilidades, el tejido social y productivo. Asimismo, en cada tema, nuestro Gobierno provincial demuestra con hechos que sí hay una alternativa a la motosierra y al ajuste, demuestra que se puede y se debe gobernar en favor del pueblo y cerca de sus problemas”

Inauguración del distribuidor vial que conecta la Autopista Buenos Aires – La Plata con la Avenida 520.

La Argentina es un país con una larga historia de luchas democráticas y también con dolorosas experiencias frente a las cuales debemos mantener el compromiso, como lo hace nuestro gobierno, con la memoria, con la verdad y con la justicia. Políticas concretas, sitios de la memoria. Al respecto, a la Constitución, a las instituciones y al federalismo, las consideramos conquistas fundamentales para nuestra sociedad. Sin embargo, el actual gobierno nacional ataca esos pilares continuamente. A esta altura, ¿queda alguna duda de que estamos frente a un ataque a la democracia misma, entendida como contrato social y como cultura?

Frente a la violencia y al odio que se estimula, es muy importante promover la cooperación de todas las fuerzas políticas en defensa de la cultura democrática, de los derechos humanos y de la vida común. Y con respecto a las deudas pendientes de nuestra democracia déjenme citar a otro argentino,, también agredido por el presidente, por el que siento orgullo y admiración, Hace muy poco, el Papa Francisco le envió el siguiente mensaje a los jueces. Dijo: “Nunca pierdan de vista que no hay democracia con hambre, no hay desarrollo con pobreza y mucho menos justicia en la inequidad”. Por eso, hoy más que nunca, reafirmamos nuestra convicción de que otro camino es posible. No vamos a resignarnos, no vamos a claudicar. El futuro no es de Milei, el futuro es del pueblo.

 

Texto basado en fragmentos del discurso de Apertura de Sesiones Ordinarias del último 2 de marzo de 2025.

“Volver a Keynes”

Este libro, reelaboración de mi tesis doctoral, fue escrito hace ya veinte años. Nació como una reacción al “pensamiento único” neoliberal que imperaba en las carreras de Economía y que sufrimos los que, como yo, nos formamos durante la década de 1990.

Retrocedamos por un momento a esa época. La caída del Muro consagró la idea de que el capitalismo había finalmente triunfado para convertirse en el único sistema económico posible. El discurso imperante sostenía que se había arribado al “fin de la historia”, así como al “fin de las ideologías” en el plano intelectual. Esta victoria en los países centrales contenía también una promesa para los países periféricos: si se adoptaban las recetas y recomendaciones adecuadas, tal y como habían sido planteadas en el llamado “consenso de Washington”, todas las naciones —sin importar cuán rezagadas estuvieran en su desarrollo— estaban destinadas a gozar del mismo nivel de bienestar, alcanzando la “convergencia” con los países más avanzados. Se terminaba así, al menos en teoría, un prolongado debate acerca de las diversas vías posibles para lograr la prosperidad. Había un solo camino exitoso, por lo que la humanidad podía abrazarse al optimismo. Desde la perspectiva de la geopolítica, se iniciaba una etapa con un mundo “unipolar” en el cual el centro económico y político se ubicaba en los Estados Unidos y sus aliados de Occidente.

La caída del Muro de Berlín, 1989.

En el plano de la teoría económica, esta victoria se expresó en un nuevo “consenso” que, rápida y eficazmente, consiguió expulsar todo vestigio de pensamiento económico crítico que no comulgara con la nueva ortodoxia. Era un triunfo en todos los frentes. A esta nueva escuela, que se volvió hegemónica, se la conoció como “síntesis neoclásica-keynesiana”, y fue a su imagen y semejanza que se moldearon los planes de estudio universitarios en todo el planeta. Los “manuales de Economía” elaborados en los centros académicos estadounidenses, junto con los papers de última moda, desplazaron por completo a la enseñanza basada en las obras originales de los autores más relevantes de la historia del pensamiento económico, que cayeron en desuso. Las escuelas y los enfoques no alineados con el pensamiento dominante fueron relegados a algún curso marginal de historia de las doctrinas. Epistemológicamente, como si se tratara de la evolución de las especies y la supervivencia del más apto, se sostenía que la teoría correcta había logrado reemplazar a la supuestamente falsa y antigua, de la que ya se habían conservado todos los elementos de verdad. En consecuencia, dedicarse a las fuentes originales era una pérdida de tiempo.

Sin embargo, para muchos de quienes nos estábamos formando como economistas dentro de este encuadre —en particular en países como el nuestro— no estaba todo bien: algo olía a podrido. La realidad de nuestras sociedades, visiblemente, no coincidía para nada con los pronósticos luminosos. De hecho, en la Argentina se adoptaron a rajatabla las recetas de la escuela dominante, pero la promesa de alcanzar el desarrollo no se estaba cumpliendo, ni mucho menos. Lejos de traer prosperidad, las políticas neoliberales de endeudamiento, privatización, desregulación, apertura indiscriminada y pérdida de derechos no hacían más que profundizar la dependencia económica y la desigualdad social. Era una fiesta, sí, pero para muy pocos. La teoría económica que se predicaba como verdad revelada, ahistórica y aplicable indistintamente a cualquier experiencia local, resultaba incapaz de dar cuenta de la realidad imperante y de las dificultades y frustraciones que se atravesaban.

En ese clima y ante esa situación, parte de la generación de economistas a la que pertenezco comenzó a buscar explicaciones y respuestas en teorías económicas alternativas a las que admitía la enseñanza oficial. Así, en varias universidades de la Argentina comenzaron a formarse grupos de estudio que abordaban de primera mano las obras teóricas originales, en vez de los manuales premasticados que primaban en los planes de estudio. Fue así como me encontré leyendo y debatiendo, junto con otros compañeros y unos pocos profesores, por fuera de la currícula, a autores clásicos como Smith, Ricardo y Marx; a los primeros marginalistas como Jevons, Menger y Walras; a los estructuralistas latinoamericanos como Prebisch o Diamand; y, por supuesto, a John Maynard Keynes, protagonista de este libro.

John Maynard Keynes.

Mi primer encuentro con La Teoría general de Keynes resultó un verdadero descubrimiento. A través de los estudios de grado, creía haber conocido muy bien el núcleo de sus ideas, ya asimiladas por la ortodoxia. Sin embargo, descubrí que esa construcción constituía una formidable estafa intelectual. La obra más importante de Keynes —y para muchos, de todo el siglo XX— contiene en realidad una crítica profunda, frontal y demoledora a las teorías que se enseñan en su nombre. Dediqué mi tesis y este libro a denunciar ese fraude y a exponer críticamente las ideas originales que se presentan en La Teoría general.

Publicadas en 1936, las teorías de Keynes se forjaron y fueron abriéndose camino durante un período de grandes acontecimientos y catástrofes que atravesó el capitalismo de comienzos de siglo XX: la Revolución Rusa, la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión y el surgimiento del fascismo y el nazismo. Los aportes de este autor, en apretada síntesis, representaron un intento de derrocar la doctrina del laissez-faire. Según la teoría clásica de entonces, el sistema capitalista cuenta con dispositivos propios y autónomos que aseguran la plena ocupación de los recursos disponibles. En otras palabras, si se dejan las cosas en libertad, es decir, si el Estado no interviene, la actividad económica privada, a través de los mecanismos de mercado, marcha inexorablemente hacia el pleno empleo o, dicho a la inversa, las crisis prolongadas jamás pueden ocurrir. Sin embargo, la crisis de los años treinta se había encargado por sí misma de demoler esa creencia. Keynes, por su parte, se propuso proveer una fundamentación teórica sólida para la intervención del Estado que fuera capaz de sacar a la economía de la crisis. Iba a contramano de la fe ciega en la invulnerabilidad del mercado que tenían los economistas consagrados de su época. Pero no se trataba meramente de proporcionar herramientas prácticas, sino que el proyecto de Keynes apuntaba también a revolucionar los conceptos fundamentales de la teoría económica (mercancía, dinero, capital), distanciándose radicalmente del pensamiento de sus antecesores clásicos.

Lo interesante es que, con el paso del tiempo, apagadas ya las brasas candentes de la revolución keynesiana, el pensamiento económico oficial se abocó a ocultar las críticas más profundas y las explicaciones más originales del autor para regresar subrepticiamente a un lugar muy cercano al punto de partida. A través de numerosas y laboriosas aportaciones, se ensayó una imposible reconciliación entre Keynes y sus enemigos teóricos. Así, progresivamente, se volvió a una representación en la que la libertad de mercado era por sí sola garante del funcionamiento armónico del sistema económico. El único cambio atribuible a Keynes era que reservaban para el Estado intervenciones puntuales, quirúrgicas y transitorias, convirtiéndolo en un simple y burocrático asistente en la estabilización de la economía. De la revolución teórica que desencadenó la Teoría general y de sus aportes conceptuales no quedó ni huella. La paradoja de esta apropiación de Keynes por parte de la ortodoxia es que, en su nombre, se volvió a la enseñanza de las mismas teorías que él intentó superar. Este libro se dedica a demostrar la violencia de esta tergiversación, de este ocultamiento, y a recuperar los aportes originales del autor a la teoría económica.

En los veinte años que transcurrieron desde la primera edición de este libro, mucha agua pasó bajo el puente. Y, sin embargo, creo que su propósito no perdió vigencia, más bien al contrario. Volvamos a la América Latina de fines de los noventa. Por entonces, se volvió inocultable el fracaso de las políticas neoliberales de apertura comercial y libre mercado. Sucesivas y profundas crisis azotaron la región y todo el andamiaje ideológico que le daba sustento al neoliberalismo voló por los aires, junto con el apoyo social que había conseguido. Se inició así, en la región, un ciclo de gobiernos posneoliberales de orientación popular que, con características propias en cada país, debieron abocarse, antes que nada, a la tarea común de reconstruir y reparar el daño social y productivo infringidos por los lineamientos del consenso de Washington. Aunque no carente de tensiones y dificultades, fue una época caracterizada por un ciclo de crecimiento con inclusión social y en la que se dieron pasos decisivos para la integración regional. Con o sin alusiones directas a la teoría keynesiana, el neoliberalismo fue sustituido por políticas de fuerte intervención estatal en la economía. Políticas que dieron contundentes resultados en materia de crecimiento e inclusión social, de desarrollo y defensa de la soberanía.

Crisis de diciembre de 2001.

Sostuve en otra parte (Kicillof y Ceriani, 2009) que la crisis de 2008 (conocida también como la crisis de Lehman Brothers o de las hipotecas subprime) puso de manifiesto, con espectacularidad, que el mundo unipolar con los Estados Unidos en el centro se encontraba totalmente descompuesto. Fue la mayor crisis desde la Gran Depresión. Lo que comenzó como un colapso bursátil, financiero y bancario pronto desembocó en una recesión de escala planetaria, que dejó expuestos gravísimos desequilibrios estructurales. En particular, se volvió evidente el desafío que representaban para la economía mundial el ascenso de China y su bloque de influencia. Para salir de la crisis, las grandes potencias implementaron gigantescos salvatajes a la banca y las finanzas. En los debates que suscitó la crisis, cabe señalar que ya no se le escapaba a nadie que las instituciones de Bretton Woods, provenientes del mundo de la posguerra, habían sido desbordadas y resultaban ya anacrónicas. Los especialistas clamaban por una profunda reforma de la “arquitectura financiera internacional”, por mecanismos de control de capitales, por regulaciones eficaces y por una mayor capacidad para cobrar impuestos a los capitales trasnacionales. Por supuesto, nada de eso ocurrió.

Una vez superada la etapa aguda de la crisis, la economía mundial quedó sumida en un estado permanente de fragilidad e incertidumbre sin precedentes recientes. Lo cierto es que la inestabilidad del sistema trajo en lo sucesivo enormes dificultades para todos los gobiernos: los Estados y sus herramientas de política económica parecen ser insuficientes e inadecuados al momento de lidiar con los nuevos y crecientes desafíos de un mundo en transición. Así, se ha observado que, desde entonces, los gobiernos (tanto de izquierda como de derecha, populares o aristocráticos) están experimentando enormes dificultades para cumplir con las expectativas de los votantes. La alternancia se convirtió en la norma. Los oficialismos rara vez consiguen la reelección, y los países transitan su historia, por así decir, a los barquinazos: alternando políticas de un signo y de otro, sin dar nunca en la tecla.

¿Qué puede aportar el pensamiento de Keynes a toda esta confusión? Aunque el fenómeno es bastante reciente, en varios países, los sucesivos fracasos de los gobiernos de los partidos y coaliciones tradicionales dieron paso a dirigentes que, venidos de fuera del sistema político partidario (outsiders), proponen una transformación simple: retirar o directamente destruir el Estado. En efecto, atribuyen el malestar y las frustraciones del presente a la intervención estatal en la economía en beneficio de “los políticos”.

 

Trump, Bukele, Abascal y Milei.

Si se observa esta ideología en perspectiva histórica, surgen algunas conclusiones perturbadoras. La Gran Depresión de los años treinta demostró que, cuando la economía funciona según sus propias leyes, sin ninguna intervención ni regulación, lejos de asegurar el crecimiento sostenido y la distribución equitativa de los ingresos y las riquezas, se generan profundas crisis de las que solo se puede salir con enérgicas medidas de política económica. Sin embargo, transcurridas varias décadas, con un sistema capitalista que hoy atraviesa inmensas y visibles dificultades, ganó fuerza la idea de que, en realidad, hay que desembarazarse por completo del Estado para mejorar el funcionamiento de la economía. Es como volver al punto de partida, sin haber aprendido nada.

Acaso la revisión de la trayectoria intelectual de Keynes y de sus principales aportes permita echar algo de luz en torno a los debates actuales referentes al grado de intervención del Estado y, sobre todo, a los alcances y los límites de los mercados desregulados para asegurar el bienestar social. Con la lectura del libro, espero dejar demostrado que, la mayoría de las veces, sin saberlo, cada teoría económica que se postula a sí misma como verdadera y eterna no es más que la expresión de determinadas condiciones históricas transitorias cuyos rastros pretende ocultar.

Axel Kicillof – Prólogo de “Volver a Keynes”.