¿Por qué China?

Desde hace muchos años, China ocupa un lugar especial en mi vida. Por eso, la pregunta “¿Por qué China?” fue el título de mi primer libro y, aunque parezca retórica, sigue guiando muchas de mis reflexiones. Nací en los años 70 y fui testigo, desde la distancia, de los profundos cambios que atravesó ese país. Como estaba viviendo en el exilio, las noticias me llegaban a través de agencias internacionales como Prensa Latina y despertaban en mí una mezcla de curiosidad y admiración. Con el tiempo, mi interés se transformó en estudio y luego, gracias a mi labor diplomática, en experiencia directa. Esta combinación entre teoría y práctica me permitió comprender mejor la evolución de una civilización que no deja de sorprender.

Ahora bien, ¿qué implica hablar de China? Hablar de China es remontarse a una historia de más de cinco mil años, marcada por la sabiduría de pensadores como Lao Tsé, Confucio y Sun Tzu, tres figuras fundamentales que vivieron hace más de dos mil años. Pero también es referirse a una historia reciente de profundas transformaciones, como las impulsadas por líderes revolucionarios como Sun Yat-sen y Mao Zedong.

La fundación de la República Popular en 1949 significó un punto de inflexión: desde entonces, China pasó de la pobreza y el aislamiento a convertirse en una potencia global. Especialmente relevante fue el proceso iniciado en 1978 con las reformas de Deng Xiaoping, que introdujeron un modelo económico mixto, combinando elementos del mercado con el socialismo. Esto dio lugar a uno de los crecimientos más notables de la historia moderna. En apenas cuatro décadas, más de 800 millones de personas salieron de la pobreza: el gigante asiático logró en 40 años lo que a potencias como Estados Unidos e Inglaterra les tomó más de dos siglos.

A medida que profundizaba mis conocimientos, comencé a comprender la magnitud del impacto que China tenía —y tendría— en el orden mundial. El siglo XXI inauguró una nueva etapa geopolítica, marcada por el desplazamiento del centro económico global desde el Atlántico Norte hacia Asia-Pacífico. En ese contexto, China emergió como un actor central, promoviendo iniciativas como la Franja y la Ruta (One Belt, One Road, OBOR) y la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), propuestas orientadas a construir un nuevo orden multilateral, más inclusivo y justo para los países en desarrollo.

Si me preguntan hoy si China es un faro de innovación científica y tecnológica, mi respuesta es sí, sin lugar a duda. China ya no es ese país que simplemente fabricaba productos para otros o replicaba tecnologías extranjeras. En pocos años, logró posicionarse como líder en áreas clave gracias a una enorme inversión en investigación y desarrollo, una red de universidades de primer nivel y un ecosistema empresarial tecnológico muy potente.

Universidad Renmin de China, ubicada en Haidian, Pekín. Institución co-financiada por el Ministerio de Educación y el Gobierno Popular Municipal de la ciudad.

En inteligencia artificial, por ejemplo, lideran en patentes y publicaciones. En energías renovables, dominan el mercado global de paneles solares, baterías y autos eléctricos. Su programa espacial también es impresionante: alunizaron en la cara oculta de la Luna y operan su propia estación espacial. En biotecnología, respondieron con rapidez durante la pandemia y avanzan en edición genética.

Es cierto que todavía dependen de Occidente en algunos sectores estratégicos, como los microchips más sofisticados, pero están avanzando rápido para reducir esa brecha. Lo más llamativo para mí es que no están copiando modelos: están creando el suyo propio, con una visión de largo plazo y una articulación eficiente entre lo público y lo privado. Por eso digo que China, hoy, no solo innova: también propone un nuevo modo de pensar la innovación.

Justamente, ese es uno de los principales focos de tensión actuales entre Estados Unidos y China: una disputa estratégica por el liderazgo global, especialmente en áreas tecnológicas, como mencioné anteriormente, pero también en los ámbitos financiero, geopolítico y monetario. Esta rivalidad se manifiesta cuando Washington presiona a otros países para que se alejen de Beijing, como ocurrió recientemente con Argentina en relación con el swap de monedas con China. Gracias a este acuerdo, el Banco Central Argentino no solo incrementó en el pasado sus reservas, sino que también utilizó los yuanes para pagar importaciones provenientes de China, como las vacunas que ayudaron a mitigar la crisis causada por la covid-19.

Esto, por supuesto, no es bien visto por Estados Unidos, que busca limitar la influencia financiera de China en América Latina. Seguramente recordarás que, a mediados de abril de este año, el secretario del Tesoro de EE.UU., Scott Bessent, visitó Argentina y solicitó al gobierno —que una semana antes había renovado parte de su línea de swap de divisas por US$18.000 millones— que cancelara el acuerdo. Este es solo uno de los aspectos que Estados Unidos intenta frenar; hay otros intereses estratégicos que van más allá del ámbito monetario e incluyen áreas como infraestructura, acceso a recursos naturales, redes 5G y cooperación en ciencia y tecnología.

Ahora bien, para entender mejor esta dinámica, es esencial preguntarnos cómo llegamos a esta etapa en las relaciones entre Argentina y China, que hoy están en el centro de diversas tensiones globales, tema este último que podremos tratar en otro encuentro.

Axel Kicillof durante una visita oficial a la República Popular China en 2022.

El 19 de febrero de 2022, la República Popular China y Argentina celebraron el 50° aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas. Sin embargo, previo a este periodo, ya existía un vínculo con China. Las relaciones diplomáticas entre ambos países se establecieron en 1945, durante la presidencia del general Edelmiro Farrell. Las relaciones bilaterales fueron continuadas posteriormente durante el gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón, al menos hasta el triunfo de la Revolución maoísta y la proclamación de la Nueva China.

Más allá de la admiración y simpatía que se profesaban ambos líderes, Perón y Mao Zedong —algo de lo cual ha quedado debido registro documental—, en 1949 la representación diplomática en Shanghái fue retirada. Para contextualizar lo que sucedía, recordemos que el mundo se encontraba transitando el período de la Guerra Fría, y Argentina, que durante la mayor parte de la Segunda Guerra Mundial se mantuvo neutral, necesitaba mostrar credenciales democráticas para insertarse en el nuevo orden de posguerra que se estaba construyendo, reincorporarse al sistema panamericano y alejar las sospechas que la vinculaban en particular con los regímenes fascista italiano y franquista español. Estas sospechas, como todo buen peronista sabemos, fueron alentadas por los sectores de lobby más rancios de Washington y permeaban la opinión pública de ese país, y asimismo fue un argumento utilizado por la oposición política argentina en aquel entonces.

Volviendo al hilo de mi argumentación, quiero enfatizar que en dicho escenario (el de posguerra), de haber establecido relaciones formales con la China de Mao —que tempranamente selló un Tratado de Amistad, Alianza y Asistencia Mutua con la Rusia de Iósif Stalin— el gobierno peronista hubiese tenido que pagar un costo muy alto por su osadía. No obstante, cabe recordar que todas esas presiones no evitaron que, rompiendo el bloqueo norteamericano, Perón enviase un cargamento de trigo a China en 1950 o que, más tarde, en el año 1954, una delegación compuesta por funcionarios de la secretaría de Comercio Exterior y la Unión Industrial Argentina visitase aquel país.

Tras la muerte de Stalin en 1953, las relaciones entre China y la URSS comenzaron a deteriorarse, especialmente después del XX Congreso del PCUS. El quiebre definitivo ocurrió en 1963 con la publicación del documento Polémica acerca de la línea general del movimiento Comunista Internacional. No voy a extenderme mucho al respecto, solo quiero señalar que este distanciamiento llevó a Washington a aprovechar la fractura sino-soviética para dividir el campo comunista, buscando contrarrestar la crisis de hegemonía que vivía tras la Guerra de Vietnam. Estados Unidos no solo estrechó relaciones con China, sino que, al reconocerla diplomáticamente, abrió el camino para que otros países bajo su influencia hicieran lo mismo.

Tal fue el caso de Argentina: el 16 de febrero de 1972, nuestro país y China firmaron en Bucarest un Comunicado Conjunto que estableció formalmente las relaciones diplomáticas. Este documento sentó las bases para una relación bilateral fundada en el respeto mutuo a la soberanía, la integridad territorial y la no injerencia en asuntos internos, conforme a los principios de igualdad y beneficio recíproco. La decisión del gobierno de facto de Lanusse de establecer relaciones con China respondió al contexto internacional favorable, marcado por el acercamiento entre EE.UU. y China, su reconocimiento en la ONU y un cambio de postura en las Fuerzas Armadas argentinas. Argentina se adelantó así a la visita de Nixon y se convirtió en uno de los primeros países latinoamericanos en formalizar vínculos con Beijing. Más allá del contexto geopolítico, la decisión también respondió a una visión estratégica sobre el potencial del mercado chino para el sector agroalimentario argentino, así como al interés por contar con el respaldo de China en la cuestión Malvinas, dado su rol como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

Tras el regreso del peronismo en 1973, la política exterior argentina adoptó un enfoque autónomo bajo la “tercera posición”, promoviendo vínculos con el bloque socialista. Durante los gobiernos de Cámpora y Perón, se fortalecieron las relaciones con Europa del Este, la Unión Soviética y Cuba, y Argentina ingresó al Movimiento de Países No Alineados. En ese marco, se profundizó la relación con China: se abrió la embajada argentina en Beijing, se establecieron agregadurías militares y se instaló la agencia Xinhua en Buenos Aires.

Estos vínculos se mantuvieron durante la dictadura militar (1976-1983), a pesar de su ideología anticomunista, y se fortalecieron con el retorno de la democracia. Raúl Alfonsín reactivó la relación con China, apoyó su ingreso al Tratado Antártico y su reclamo sobre las islas Nansha, mientras China respaldó la soberanía argentina sobre Malvinas.

Durante los gobiernos de Menem y De la Rúa, aunque la política exterior estuvo alineada con EE. UU., se mantuvo el vínculo con China, especialmente en el plano económico. Se firmaron acuerdos clave, se realizaron visitas presidenciales mutuas y se abrieron nuevas representaciones diplomáticas, como el consulado argentino en Shanghái.

Si bien, como se dejó expuesto, desde el establecimiento de las relaciones diplomáticas en 1972, Argentina y China mostraron avances significativos en todos los campos de correspondencia, no fue hasta la llegada de los gobiernos kirchneristas que la relación tuvo un salto cualitativo y fue llevada a un nivel más profundo, haciendo que en la actualidad ésta posea el estatus de una verdadera asociación estratégica integral.

Lo demás es historia reciente. Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia en 2003, lo hizo en sintonía con otros líderes de la región que impulsaban una política exterior enfocada en fortalecer los lazos con América Latina y ganar mayor independencia frente a Estados Unidos. En ese camino, Argentina también comenzó a acercarse a otros actores globales, como Rusia y, especialmente, China.

Ese clima político abrió la puerta para profundizar las relaciones sino-argentinas. En noviembre de 2004, el presidente chino Hu Jintao visitó nuestro país y firmó junto a Néstor Kirchner un Memorando de Entendimiento que dio origen a una asociación estratégica entre ambos países, base fundamental de la relación bilateral actual.

Una década después, en julio de 2014, esa relación se consolidó aún más con la firma de una Asociación Estratégica Integral (AEI) entre Cristina Fernández de Kirchner y Xi Jinping. Este tipo de alianza, clave dentro de la diplomacia china, refleja un nivel de vínculo prioritario, basado en un diálogo político fluido sobre temas bilaterales, regionales y globales, y en un compromiso por fortalecer la cooperación estratégica y la confianza mutua entre ambos países.

El ingreso de Argentina a la Iniciativa de la Franja y la Ruta en 2022 marcó un hito en nuestra relación con China, profundizando la alianza forjada por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Más allá de su impacto económico, esta decisión tuvo un fuerte componente político y humanístico, reflejando la voluntad de Argentina de integrarse a un modelo de cooperación multilateral basado en el desarrollo inclusivo y el respeto mutuo entre naciones.

Además, durante mi tiempo como embajador en China, trabajamos para sentar las bases que permitirían a Argentina unirse a los BRICS+, el bloque que agrupa a las principales economías emergentes del mundo. En 2023, nuestra adhesión fue finalmente formalizada pero, lamentablemente, uno de los primeros actos del gobierno ultraderechista de Javier Milei fue rechazar nuestra incorporación a esta coalición de países.

La entrada de Argentina a los BRICS+ representaba una oportunidad estratégica para reimaginar nuestro desarrollo, colaborando con naciones que enfrentan desafíos similares. Participar en este espacio, que representa el 40% del PBI mundial y alberga a la mitad de la población global, no es una decisión menor: habría sido un paso firme hacia un orden más equilibrado y multipolar, donde Argentina podría haber jugado un papel clave en el futuro global.

Y así llegamos al final de este artículo. Aún quedan muchos temas por abordar y otros por profundizar. Tal vez en otro momento podamos volver a encontrarnos y, si se da la oportunidad, escuchar las inquietudes que quieran compartir, porque ustedes son el verdadero motor de la militancia. Los animo a seguir trabajando con convicción, siempre con el objetivo de avanzar juntos.

Un abrazo afectuoso,
Sabino.

 

El autor fue Embajador en la República Popular China durante el Gobierno del Frente de Todos entre 2021 y 2023.

Hay otro camino y lo estamos construyendo

“A esta altura a nadie se le escapa que la política económica del Gobierno de Milei se trata de un programa económico que nada tiene de austríaco, de anarcocapitalista o de liberal libertario. El plan económico de Milei, como varios planes neoliberales en nuestra historia, en particular la tablita de Martínez de Hoz, la convertibilidad de Cavallo o los primeros años de Macri, está compuesto de unos pocos instrumentos: planchar el dólar, deprimir los salarios, ajustar fuertemente la inversión pública, aplicar tarifazos e implementar una apertura importadora y una desregulación económica. El resultado es siempre el mismo: con el dólar quieto, reprimiendo los salarios y jubilaciones, la inflación se reduce, pero a costa de liquidar la demanda y el mercado interno primero, y la producción y el empleo, después. Veamos los números oficiales: desde que llegó Milei el salario mínimo cayó un 30% con respecto a noviembre de 2023 y la jubilación mínima se desplomó un 22%. Esta fuerte caída de los ingresos hizo que, a su vez, se desplomara el consumo.

Mientras en la imaginación del presidente todo anda bien y todo crece, en la realidad tenemos los peores niveles de consumo de carne, leche y yerba en décadas. Claro está que si no hay consumo, no hay ventas y, por tanto, se destruyen la producción y el empleo. No se produce ni se invierte si no hay a quién venderle.. El estimador de actividad económica de la provincia registró una caída de 4,4% en los primeros 13 meses de Milei. Mientras tanto, la industria se desploma un 10% y la construcción un 27%. Como consecuencia de esta política económica, se perdieron miles y miles de fuentes de trabajo: 170.000 empleos formales registrados fueron destruidos. Si se incluyen los informales, llegamos a 230.000 empleos pulverizados, un cuarto de millón de empleos destruidos por Milei. Hay 207.000 nuevos desocupados en todo el país, y 8 de cada 10 nuevos desempleados son bonaerenses.” 

“En cuanto a la motosierra, claramente no se usó contra la casta: el 81% del ajuste lo explican las jubilaciones y pensiones, las prestaciones sociales, la obra pública, las tarifas de energía, el boleto de transporte, recursos para Universidades y los fondos para las las Provincias. No hay casta en ninguno de esos sectores sobre los que Miei  descargó el ajuste. Pasando en limpio:  muchos perdedores y pocos ganadores, dando como resultado una mayor concentración de la riqueza en pocas manos, más desigualdad, menos oportunidades, y por ende, menos libertad para las mayorías. Este modelo resulta sumamente injusto, anti productivo y además altamente frágil e inestable ya que para sostenerse requiere de un flujo permanente de dólares que permita sustentar el tipo de cambio. Por eso la urgencia y la desesperación obsecuente para conseguir el auxilio del FMI. El FMI es un prestamista de última instancia de los países, eso quiere decir que está para ayudar, desde su fundación y según sus estatutos, a países que sufren grandes crisis o están directamente en la quiebra. Milei festeja que el FMI va a poner dinero fresco, al igual que festejó el gobierno de Macri. Pero todos sabemos que cuanto más presta el FMI, más complicado está el país. En fin, es una estafa piramidal: se la llevan unos pocos, dejan un tendal y la deuda la tiene que afrontar el pueblo argentino. Dolorosamente, los argentinos lo sabemos muy bien: más deuda externa es menos futuro.  

Finalmente, unas palabras sobre el equilibrio fiscal que tanto festeja el presidente: En primer lugar, ese equilibrio se consiguió, entre otras cosas, frenando toda la obra pública. ¿A ustedes les parece legítimo hacer eso en honor a una exigencia del FMI y a un fanatismo ideológico? En segundo lugar, Milei consiguió el equilibrio fiscal sobre la base de un mayor desequilibrio social: ¿qué clase de equilibrio goza una sociedad donde se le quitan los remedios a los jubilados, donde cae el consumo de leche, de carne y los servicios se vuelven impagables? En síntesis: nosotros creemos que reducir la inflación es un objetivo muy importante, y lo pude demostrar como Ministro de Economía, pero jamás se me ocurriría festejar un logro económico si requiere mayor sufrimiento del pueblo. La economía tiene que estar al servicio del pueblo, no el pueblo al servicio de la economía.”

Recorrida por el el nuevo edificio para la Escuela de Educación Artística N°1 de Lobos.

“Como Provincia, y al igual que las demás provincias, sufrimos la peor de las combinaciones, la peor de las paradojas: estamos bajo el ataque de un gobierno nacional que deserta. La agresión a la Provincia de Buenos Aires, que alcanzó su expresión más absurda y a la vez peligrosa en una amenaza de intervención por parte del Presidente, forma parte de una estrategia sistemática de ataque al federalismo y a los gobiernos provinciales elegidos por sus pueblos. Ya lo vimos en los ataques a Chubut, Santa Fe, La Rioja, Formosa, Río Negro, Tierra del Fuego, La Pampa y con cualquier gobernador que se atreva a defender los intereses de su provincia. Ahora bien, el Presidente parece olvidar algo fundamental: él gobierna la Nación pero no las provincias. Los gobernadores no somos empleados del Presidente. Representamos a nuestro pueblo y tenemos la obligación de defender sus derechos e intereses. En este contexto de desintegración que provoca la deserción del Gobierno Nacional y la exaltación del egoísmo, la provincia de Buenos Aires ratifica su compromiso con el federalismo, con la democracia y con la Constitución. Vamos a seguir trabajando con todas las provincias, independientemente del signo político de quien gobierne, como lo hemos hecho con Chubut, Corrientes, Río Negro, La Pampa y Santa Fe. Esa es nuestra manera de honrar la solidaridad, la justicia social y los principios que nos unen como pueblo: ‘Nadie se salva solo.”  

“Desde el primer día de su gobierno, el presidente Milei dejó en claro su objetivo: desmantelar el Estado, eliminar sus funciones esenciales, desertar de las responsabilidades que la Constitución le impone. En una primera etapa, durante la campaña electoral, algunos pudieron pensar que se trataba de excesos actorales. Pero transcurridos 15 meses de esta nueva etapa, queda claro que no se trata de opiniones ni de interpretaciones; la deserción del Estado Nacional es un hecho concreto y una estrategia deliberada: se recortaron los fondos destinados a la seguridad, se paralizaron las transferencias para educación, salud, se detuvieron las obras públicas que construyen dignidad, desarrollo e integración. En resumen, se abandonó a las provincias y al pueblo a su suerte, imponiendo un egoísmo de Estado, un auténtico sálvese quien pueda. La deserción del Gobierno nacional no solo es una cuestión económica o administrativa, es también un proyecto de desintegración nacional. Perón decía que su objetivo era terminar con el Estado indiferente y abstencionista. Javier Milei impulsa un Estado Desertor, que renuncia a proteger, a educar, a curar, a integrar, a desarrollar. No es un descuido, no es un error: es un plan. Milei no solo busca achicar el Estado, quiere desintegrarlo, quiere desmantelar la comunidad, quiere dividirnos para debilitarnos.

Déjenme ejemplificar qué significa y qué consecuencias tiene que el Estado Nacional deserte, que se borre: En transporte, significa inmensos aumentos en los boletos de colectivo tanto en el interior como en el AMBA, significa un tarifazo energético, significa aumentos impagables en los precios de los medicamentos, significa menos salario para los docentes, significa cerca de 1.000 obras paradas de agua, cloaca, vivienda, vialidad, significa el total abandono de las rutas nacionales, significa menos recursos para patrulleros y seguridad. Lamentablemente, muchas veces el Estado no llega o lo hace deficientemente, en realidades donde subsisten deudas e intolerables desigualdades. Pero lo que Milei encabeza no es un Estado ausente o deficiente, sino un Estado desertor, que renuncia, que se borra, que deliberadamente desconoce sus obligaciones. No es casualidad que Milei no solo retire al Estado Nacional sino que tampoco recorra jamás el territorio de nuestro país. En síntesis: nos roban los fondos que nos corresponden, el Gobierno nacional se retira de todas las áreas en las que le corresponde actuar y está en marcha una gigantesca transferencia de ingresos desde la producción y el trabajo hacia el extractivismo y la especulación, de lo nacional hacia lo extranjero.  

Cada área de gestión está atravesada y golpeada por la deserción del Estado Nacional y por las consecuencias del plan económico en marcha. En cada tema, nuestro Gobierno provincial actúa como escudo para proteger los derechos agredidos y como red para atenuar el daño y sostener, en las medida de nuestras posibilidades, el tejido social y productivo. Asimismo, en cada tema, nuestro Gobierno provincial demuestra con hechos que sí hay una alternativa a la motosierra y al ajuste, demuestra que se puede y se debe gobernar en favor del pueblo y cerca de sus problemas”

Inauguración del distribuidor vial que conecta la Autopista Buenos Aires – La Plata con la Avenida 520.

La Argentina es un país con una larga historia de luchas democráticas y también con dolorosas experiencias frente a las cuales debemos mantener el compromiso, como lo hace nuestro gobierno, con la memoria, con la verdad y con la justicia. Políticas concretas, sitios de la memoria. Al respecto, a la Constitución, a las instituciones y al federalismo, las consideramos conquistas fundamentales para nuestra sociedad. Sin embargo, el actual gobierno nacional ataca esos pilares continuamente. A esta altura, ¿queda alguna duda de que estamos frente a un ataque a la democracia misma, entendida como contrato social y como cultura?

Frente a la violencia y al odio que se estimula, es muy importante promover la cooperación de todas las fuerzas políticas en defensa de la cultura democrática, de los derechos humanos y de la vida común. Y con respecto a las deudas pendientes de nuestra democracia déjenme citar a otro argentino,, también agredido por el presidente, por el que siento orgullo y admiración, Hace muy poco, el Papa Francisco le envió el siguiente mensaje a los jueces. Dijo: “Nunca pierdan de vista que no hay democracia con hambre, no hay desarrollo con pobreza y mucho menos justicia en la inequidad”. Por eso, hoy más que nunca, reafirmamos nuestra convicción de que otro camino es posible. No vamos a resignarnos, no vamos a claudicar. El futuro no es de Milei, el futuro es del pueblo.

 

Texto basado en fragmentos del discurso de Apertura de Sesiones Ordinarias del último 2 de marzo de 2025.

Del otro lado del río

—MDF: El Frente Amplio uruguayo acaba de asumir el Gobierno de Uruguay, luego del triunfo de la fórmula compuesta por Yamandú Orsi y Carolina Cosse. ¿Cuáles son los principales desafíos y propósitos que regirán esta etapa? ¿Qué aprendizajes es posible recuperar de las las tres gestiones anteriores del Frente y qué desafíos no pueden ser resueltos con aquellas recetas?

Gonzalo Civila: Los 15 años de Gobierno Nacional del Frente Amplio, que se desarrollaron entre el 2005 y el 2019, dejan muchos aprendizajes y también dieron lugar, después de la derrota del 2019, a una autocrítica de la fuerza política, en la que surgieron con claridad algunas conclusiones que son muy importantes para la etapa que se abre ahora. En primer lugar, podemos decir que esos 15 años fueron años de realizaciones muy importantes, de crecimiento del país con distribución del ingreso, de mejora de las condiciones de vida de sectores de la población que habíancaído mucho después de la crisis de principios de los 2000. Fueron años de desarrollo de políticas públicas que no habían existido en otras etapas de la vida del Uruguay y de transformación de algunas políticas públicas que el país venía desarrollando desde antes, en sintonía con lo que fue el desarrollo de los gobiernos progresistas en toda la región.

Algunas conclusiones que surgen del proceso autocrítica son, por un lado, fue muy positivo y es muy valioso un proceso de transformación de las relaciones laborales en un sentido de mayor protagonismo de los trabajadores, de sus organizaciones, de fortalecimiento de la negociación colectiva, que habilitó además una mejora sustantiva de los salarios y de las condiciones de trabajo en Uruguay. Pero en la última etapa, en el último gobierno del Frente Amplio antes de la derrota de 2019, hubo una pérdida importante de puestos de trabajo y un enlentecimiento en el proceso de mejora de los salarios y de la distribución, que obviamente es parte de la explicación de la derrota posterior. Diría que como principal lección que surge del proceso autocrítica está la necesidad de que un gobierno de izquierda, un gobierno transformador, un gobierno popular, preserve y potencie siempre su relación con las organizaciones sociales, su perspectiva de incluir la participación social en las políticas públicas, y que cualquier obstáculo, cualquier dificultad que tenga que ver con el ciclo económico, que tenga que ver con el contexto regional y global, o con las propias debilidades que los procesos políticos y sociales presentan, debe ser discutida y abordada en conjunto, en un diálogo fermental, respetando las autonomías de cada actor, pero siempre incluyendo en el proceso de discernimiento de los caminos y las decisiones a tomar a la sociedad y particularmente a las organizaciones que representan los intereses de las mayorías populares. Ahí creo que hay una gran lección. Por otra parte, ante la pregunta de qué desafíos no pueden ser resueltos con las recetas de los 15 años, yo diría que muchos, porque estamos en otro momento histórico, porque estamos en otro momento del mundo, de la región, porque tenemos que ser muy creativos en pensar cómo realizar transformaciones que no dependan exclusivamente del crecimiento económico.

Tenemos que afrontar desafíos de transformación de la matriz productiva, de desarrollo de la economía social, de despliegue del Estado y de la sociedad civil coordinadamente para afrontar las violencias que existen en los territorios, que revisten características diferentes todas estas dimensiones a las que tenían en los 15 años. O sea, no podemos pensar nunca lo que viene, o lo que vamos a desarrollar, o lo que estamos desarrollando como una repetición de lo que fue. Esa tendencia a pensar la transformación como restauración es una tendencia que no permite mirar con creatividad, ni con los pies en la realidad en la etapa que nos toca vivir. Así que se trata de crear, de imaginar, de construir cosas nuevas, superando nuestros propios límites y aprendiendo también de los errores cometidos.

—MDF: En los gobiernos del campo popular, la política social suele ocupar un lugar central, pero en el marco de una matriz diferente a la que tiene el área en gobierno de derecha. ¿Cómo entienden ustedes el sentido estratégico de la política social y qué rol cumple en la construcción de una sociedad más igualitaria y cohesionada? ¿Cuáles son las principales diferencias entre una política social pensada desde un proyecto popular y aquella promovida por gobiernos de derecha? 

—Gonzalo Civila: La política social tiene un sentido estratégico para cualquier proyecto nacional que pretenda efectivamente incluir al conjunto de la población y construir mayores condiciones de igualdad y de libertad real para todas las personas. Creo que la gran diferencia en la concepción de la política social que puede tener un gobierno de izquierda transformador, popular, respecto de un gobierno de derecha está ubicada en la idea de que las políticas sociales no deben ser exclusivamente compensatorias de la exclusión o las vulneraciones que el propio sistema económico-social genera sino que tienen que tener un horizonte universalista y transformador de la realidad. Y en esto de una perspectiva de transformación de la realidad debe estar incluida con muchísima fuerza la dimensión de la participación social.

La política social no puede ser una construcción exclusivamente estatal, tiene que ser una construcción participativa con mucho anclaje barrial, con mucho anclaje en las capacidades locales, en las capacidades de las comunidades, no para delegar en las comunidades algo que debe hacer el Estado sino para desarrollar un proyecto genuino de transformación de la realidad desde abajo. Y ese proyecto genuino supone fortalecer capacidades comunitarias y generar mayores niveles de organización de la sociedad. En ese sentido la política social no puede concebirse solo como una interfase entre los problemas de cada individuo y el Estado con prestaciones o estrategias para resolver esos problemas individuales sino que debe potenciar la construcción de demanda colectiva y de organización para resolver los problemas sociales, porque los problemas sociales se resuelven socialmente.

Creo que ahí hay un gran parteaguas en la concepción de la política social en un aspecto que es metodológico, que tiene que ver con cómo se construye la política social y que también tiene que ver con el horizonte porque los fines y los medios no pueden estar disociados y si queremos construir una sociedad no solamente que evite o que afronte las peores consecuencias del sistema con algún paliativo sino una sociedad más igualitaria y más justa, la política social tiene que incorporar con mucha fuerza la intervención participativa y comunitaria. No implica esto que no puedan existir estrategias focalizadas o particulares que pongan énfasis o prioridad en los sectores más vulnerados de la sociedad, esto es fundamental hacerlo, pero la perspectiva desde la cual se hace que no puede ser la de la beneficencia o la de la compensación sino que debe ser la de la justicia y la de la construcción colectiva y protagónica de los cambios por parte de la sociedad es una diferencia central con el enfoque conservador.

—MDF: En distintos países avanzan discursos que deslegitiman el rol del Estado, incluso en áreas como la salud, la educación o la protección social, pilares distintivos de sociedades como la uruguaya y también la argentina. ¿Qué desafíos comunes enfrentamos los gobiernos y fuerzas del campo popular frente ante esta nueva ofensiva? 

Gonzalo Civila: Yo creo que el discurso anti-Estado se para en una deslegitimación del Estado que tiene una historia, no es una deslegitimación exclusivamente discursiva, la realidad es que hay vastos sectores sociales que sienten que el Estado no da una respuesta adecuada a sus problemas, a sus necesidades, y esa percepción es una percepción basada muchas veces en la realidad, a la que obviamente se le suma un discurso ideológico de denostación del Estado por parte de las clases dominantes de la sociedad y sus expresiones políticas más conservadoras.

La mejor forma de relegitimar al Estado y a la política es asumiendo que el Estado a veces practica también violencia institucional sobre los sectores populares, que el Estado muchas veces es funcional a los intereses de los mismos sectores que lo deslegitiman y lo critican o lo cuestionan en su discurso ideológico, y que el Estado se relegitima cuando se abre a la participación social, cuando no es visto por la sociedad como una especie de brazo autónomo que debe resolver todo, sino como una construcción colectiva en la que la propia ciudadanía tiene un rol activo que no pasa exclusivamente por los momentos electorales y cuando se visualiza en la práctica, en los hechos, como un actor fundamental para construir más igualdad y más libertad, presente en la realidad, que no construye verticalmente sino que construye con el protagonismo de la gente y que es fundamental para sostener una democracia real, una democracia que permita que todas las personas podamos vivir dignamente y participar en la construcción del destino de nuestras patrias.

—MDF: A más de medio siglo de su fundación, el Frente Amplio sigue siendo una referencia para el campo popular en América Latina. ¿Qué lecciones o ejemplos creés que puede ofrecer la experiencia del FA a otras fuerzas populares o en este contexto mundial o regional?

Gonzalo Civila: El Frente Amplio es parte de un proceso latinoamericano, popular, que en Uruguay producto de la propia historia nacional de las características de nuestro pueblo y de sus procesos, encontró en una fuerza que tiene un componente de coalición, pero también un componente de movimiento, con personas independientes, con espacios de militancia comunes, de diferentes identidades y tradiciones que se encuentran y se conjugan, una herramienta para la transformación de la realidad, con un programa común de corte nacional, popular y democrático. En ese registro, el Frente Amplio obviamente que puede ofrecer a otras fuerzas populares y progresistas de la región algunas alternativas, miradas, experiencias. No es ni peor ni mejor que otra experiencia política popular, es la que el pueblo oriental en su camino, en su proceso pudo construir, para nosotros es una herramienta importantísima.

Y creo que la principal lección que deja es que la unidad política de la izquierda, de los sectores populares, forjada además en un proceso continuado de experiencias de unidad social, es clave para poder lograr el acceso al gobierno y gobernar con una perspectiva de transformación de la sociedad. Ese camino ha sido siempre un camino atravesado por contradicciones, por dificultades, donde la relación entre las identidades de cada una de las tradiciones políticas que componen el Frente Amplio, y el Frente Amplio como proyecto unitario, tiene sus tensiones, donde además hay una composición policlasista, que también supone administrar tensiones y conflictos, pero podría decir que la garantía de la unidad del Frente Amplio ha estado mucho más en su base que en una articulación dirigencial. La base del Frente Amplio, entendida como movimiento que permite la confluencia de distintas militancias y tradiciones, ha sido una garantía de la unidad del Frente Amplio. Y desde Uruguay humildemente creo que podemos sugerirle a cualquier proceso, experiencia o intento de unidad popular, construir espacios de encuentro entre las distintas militancias, habilitar la participación de militantes que puedan no estar encuadrados en una organización previamente existente, la presencia fuerte en el territorio y en los frentes sociales, la articulación con un movimiento social que también necesita avanzar en mayor unidad, y la participación directa de la militancia de base en la toma de decisiones.

El Frente Amplio ha construido una estructura que incluye congresos, plenarios, donde el protagonismo de las bases frenteamplistas, donde confluyen, como decía, militancias diversas, es central. Creo que esto ha sido y es muy importante.

Escudo y Red

—MDF: ¿Cuáles son los lineamientos centrales y las principales políticas y acciones que lleva adelante el Ministerio de la Comunidad? ¿Cuál es su alcance e impacto?

—Andrés Larroque: Los esfuerzos de nuestra gestión están puestos en garantizar el acceso a derechos, fortalecer la inclusión social, y brindar respuestas integrales a los sectores más vulnerables de nuestra población, sobre todo en el actual contexto generado por las políticas de Javier Milei donde los más golpeados son los destinatarios de nuestras políticas. Desde el primer día de su segundo mandato Axel ratificó su compromiso con la inversión social, con aumentos presupuestarios sostenidos para hacer frente a la crisis.

Hoy las principales políticas de nuestro ministerio están orientadas a la seguridad alimentaria, con los programas Servicio Alimentario Escolar (SAE) y Módulo Extraordinario para la Seguridad Alimentaria (MESA) como columna vertebral, llegando a más de 2.500.000 de chicos y chicas que a diario desayunan, almuerzan y meriendan en las escuelas públicas bonaerenses para poder formarse en condiciones dignas. Se complementan con los programas Mate (Módulo Alimentario Territorial), MAS (Módulos de Asistencia Social) y Un Vaso de Leche por Día, que garantizan la capacidad de asistencia a los sectores más desprotegidos.

En esa línea, el gobernador nos marcó una línea clara: priorizar las políticas destinadas a los pibes y las pibas que están sufriendo situaciones de mucha vulnerabilidad: acompañamos a más de 90 mil niños y niñas de 45 días a 14 años a través de las Unidades de Desarrollo Infantil (UDI), y a más de 73 mil jóvenes que forman parte del Programa Envión. También en el Organismo Provincial de Niñez y Adolescencia (OPNyA) venimos sostenido avances concretos, que no se reflejan solo en el aumento de la inversión en las becas destinadas a Hogares y Casas de Abrigo, sino en las obras y el fortalecimiento de los dispositivos de cuidado.

Las políticas enfocadas en las personas mayores y con discapacidad, la promoción de la economía social, las soluciones habitacionales en materia de hábitat, constituyen otras de las principales acciones de nuestra gestión.

Además, estamos lanzando la edición número 34 de los Juegos Bonaerenses, la política deportiva más grande e inclusiva de la Argentina que por decisión del gobernador sostenemos con mucho esfuerzo y es la contracara de lo que hace el gobierno nacional en esta materia. Participan pibes de los barrios, personas con discapacidad, personas mayores y deportistas de los 135 municipios.

La presencia territorial es otro de los pilares. A través de operativos como Organizar Comunidad, la inserción directa de nuestros programas en los distritos y jornadas masivas de atención, acercamos el Estado a cada barrio. Un ejemplo reciente y contundente fue el despliegue integral realizado por el Ministerio en Bahía Blanca, en marzo de este año, frente a la emergencia por las inundaciones.

Nuestra misión es trabajar la cercanía real con la comunidad, articulando con los 135 municipios y con más de 3.000 organizaciones sociales, religiosas y comunitarias, que tienen un vínculo directo y cotidiano con los territorios. A través de Bonaerenses Solidarios, fortalecemos esos lazos, promoviendo el compromiso ciudadano y la solidaridad como valores colectivos.

El impacto de los programas es palpable: además del alcance del SAE y el MESA, 4,5 millones de personas reciben asistencia alimentaria directa; se ejecutan obras que mejoran clubes, se equipan las cocinas de las escuelas, los centros barriales y espacios comunitarios; y se consolidan redes locales que sostienen el entramado social.

Axel Kicillof y “Cuervo” Larroque.

—MDF: Muchas veces Axel habla de deserción para caracterizar al Gobierno Nacional y de “escudo y red” como metáfora de la tarea que desarrolla el GPBA frente al programa que implementa el Gobierno Nacional. ¿Podés ilustrar y ejemplificar con casos, datos y/o programas la deserción del Estado Nacional y la función protectora como escudo y red?

—Andrés Larroque: La palabra “deserción” no es una metáfora. El gobierno nacional viola la Constitución no asumiendo sus responsabilidades, y lleva adelante una política de abandono en materia de asistencia a las provincias.

Un caso paradigmático es el vaciamiento del programa de entrega de alimentos por parte del Ministerio de Capital Humano, que incluso suprimió las áreas de gestión que tenían como misiones y funciones la asistencia social directa. Ante ese abandono, la Provincia amplió su inversión en alimentos para dar respuesta al incremento de la demanda, que tiene una causa doble: el desmejoramiento de la calidad de vida de las y los trabajadores, y la ausencia del Gobierno nacional en dar respuestas. Hoy, más del 90% de los alimentos que llegan a la mesa de los sectores vulnerables de la Provincia provienen del esfuerzo provincial.

En este contexto, el Estado provincial se convierte en red para contener y acompañar a quienes más lo necesitan, y en escudo para proteger a los 17 millones de bonaerenses de un modelo nacional que prioriza el mercado y la ganancia de los sectores más concentrados de la economía por sobre la dignidad de las personas.

Andres Larroque en el Club Unión Ferroviaria de Bahía Blanca, junto a voluntarios.

—MDF: Para “construir comunidad”, ¿el Ministerio coordina esfuerzos con organizaciones religiosas, sociales y culturales? ¿Cómo funciona y qué valor tiene esa coordinación?

—Andrés Larroque: Construir comunidad es, justamente, fortalecer los lazos que sostienen a nuestra sociedad. Y eso se logra trabajando en conjunto con quienes tienen un vínculo de cotidianeidad e inmediatez con su comunidad: organizaciones sociales, iglesias, clubes de barrio, centros culturales y colectivos comunitarios motorizados por personas que todos los días se levanta pensando y trabajando por el otro.

El Ministerio no sólo reconoce ese trabajo, sino que lo acompaña, lo potencia, y se apoya en esas experiencias comunitarias valiosas para poder intervenir en la realidad de miles de bonaerenses.

A través de las Subsecretarías de Políticas Sociales, Organización Comunitaria, Economía Popular, Deportes y Hábitat de la Comunidad, se brindan recursos económicos para crear y mejorar clubes, centros de desarrollo infantil y juvenil, entre otros espacios comunitarios, y así permitir que sigan funcionando como centros de referencia para miles de familias. También trabajamos con redes de iglesias, parroquias, organizaciones barriales y cooperativas en la distribución de alimentos, el acompañamiento a las infancias y el acceso a derechos básicos.

Esa articulación es fundamental: nadie puede construir comunidad en soledad. La comunidad se construye en red, con escucha, con respeto por la diversidad y con la convicción de que la solidaridad es un valor político y no solo moral.

Postales de la celebración de los Juegos Bonaerenses 2024.

—MDF: Más allá de las urgencias que surgen del daño social causado por el Gobierno de Milei, ¿qué transformaciones aspiran a implementar o profundizar en la próxima etapa?

—Andrés Larroque: Sabemos que hoy muchas de nuestras energías están puestas en contener y resistir el daño social profundo que está generando este modelo de exclusión. Pero no renunciamos a nuestra mirada estratégica ni a nuestro horizonte transformador.

Tenemos en marcha el Plan de Planificación y Monitoreo 2025-2027 que tiene como objetivo optimizar las herramientas cotidianas de la gestión, fortalecer la capacidad operativa y agilizar los mecanismos de respuesta a las necesidades de la comunidad.

Trabajamos para consolidar un modelo de desarrollo con justicia social y ampliación de derechos en todo el territorio bonaerense, con protagonismo popular, que fortalezca la articulación territorial, la economía social, promueva el acceso al hábitat y a la vivienda, y ponga en valor el esfuerzo de los y las trabajadoras comunitarias. Ese es nuestro compromiso.

Además, buscamos avanzar en nuevas formas de organización del cuidado, con más centros y espacios de encuentro comunitarios, convirtiendo a nuestra creencia de que nadie se salva solo en una política de Estado.

La próxima etapa es también de reconstrucción y de apuesta por un Estado cercano, presente y transformador, que los y las bonaerenses puedan sentirse protagonistas de sus comunidades. Creemos que hay futuro cuando hay comunidad, y que el pueblo de la Provincia de Buenos Aires tiene la capacidad y la fuerza para seguir construyéndolo.

“Volver a Keynes”

Este libro, reelaboración de mi tesis doctoral, fue escrito hace ya veinte años. Nació como una reacción al “pensamiento único” neoliberal que imperaba en las carreras de Economía y que sufrimos los que, como yo, nos formamos durante la década de 1990.

Retrocedamos por un momento a esa época. La caída del Muro consagró la idea de que el capitalismo había finalmente triunfado para convertirse en el único sistema económico posible. El discurso imperante sostenía que se había arribado al “fin de la historia”, así como al “fin de las ideologías” en el plano intelectual. Esta victoria en los países centrales contenía también una promesa para los países periféricos: si se adoptaban las recetas y recomendaciones adecuadas, tal y como habían sido planteadas en el llamado “consenso de Washington”, todas las naciones —sin importar cuán rezagadas estuvieran en su desarrollo— estaban destinadas a gozar del mismo nivel de bienestar, alcanzando la “convergencia” con los países más avanzados. Se terminaba así, al menos en teoría, un prolongado debate acerca de las diversas vías posibles para lograr la prosperidad. Había un solo camino exitoso, por lo que la humanidad podía abrazarse al optimismo. Desde la perspectiva de la geopolítica, se iniciaba una etapa con un mundo “unipolar” en el cual el centro económico y político se ubicaba en los Estados Unidos y sus aliados de Occidente.

La caída del Muro de Berlín, 1989.

En el plano de la teoría económica, esta victoria se expresó en un nuevo “consenso” que, rápida y eficazmente, consiguió expulsar todo vestigio de pensamiento económico crítico que no comulgara con la nueva ortodoxia. Era un triunfo en todos los frentes. A esta nueva escuela, que se volvió hegemónica, se la conoció como “síntesis neoclásica-keynesiana”, y fue a su imagen y semejanza que se moldearon los planes de estudio universitarios en todo el planeta. Los “manuales de Economía” elaborados en los centros académicos estadounidenses, junto con los papers de última moda, desplazaron por completo a la enseñanza basada en las obras originales de los autores más relevantes de la historia del pensamiento económico, que cayeron en desuso. Las escuelas y los enfoques no alineados con el pensamiento dominante fueron relegados a algún curso marginal de historia de las doctrinas. Epistemológicamente, como si se tratara de la evolución de las especies y la supervivencia del más apto, se sostenía que la teoría correcta había logrado reemplazar a la supuestamente falsa y antigua, de la que ya se habían conservado todos los elementos de verdad. En consecuencia, dedicarse a las fuentes originales era una pérdida de tiempo.

Sin embargo, para muchos de quienes nos estábamos formando como economistas dentro de este encuadre —en particular en países como el nuestro— no estaba todo bien: algo olía a podrido. La realidad de nuestras sociedades, visiblemente, no coincidía para nada con los pronósticos luminosos. De hecho, en la Argentina se adoptaron a rajatabla las recetas de la escuela dominante, pero la promesa de alcanzar el desarrollo no se estaba cumpliendo, ni mucho menos. Lejos de traer prosperidad, las políticas neoliberales de endeudamiento, privatización, desregulación, apertura indiscriminada y pérdida de derechos no hacían más que profundizar la dependencia económica y la desigualdad social. Era una fiesta, sí, pero para muy pocos. La teoría económica que se predicaba como verdad revelada, ahistórica y aplicable indistintamente a cualquier experiencia local, resultaba incapaz de dar cuenta de la realidad imperante y de las dificultades y frustraciones que se atravesaban.

En ese clima y ante esa situación, parte de la generación de economistas a la que pertenezco comenzó a buscar explicaciones y respuestas en teorías económicas alternativas a las que admitía la enseñanza oficial. Así, en varias universidades de la Argentina comenzaron a formarse grupos de estudio que abordaban de primera mano las obras teóricas originales, en vez de los manuales premasticados que primaban en los planes de estudio. Fue así como me encontré leyendo y debatiendo, junto con otros compañeros y unos pocos profesores, por fuera de la currícula, a autores clásicos como Smith, Ricardo y Marx; a los primeros marginalistas como Jevons, Menger y Walras; a los estructuralistas latinoamericanos como Prebisch o Diamand; y, por supuesto, a John Maynard Keynes, protagonista de este libro.

John Maynard Keynes.

Mi primer encuentro con La Teoría general de Keynes resultó un verdadero descubrimiento. A través de los estudios de grado, creía haber conocido muy bien el núcleo de sus ideas, ya asimiladas por la ortodoxia. Sin embargo, descubrí que esa construcción constituía una formidable estafa intelectual. La obra más importante de Keynes —y para muchos, de todo el siglo XX— contiene en realidad una crítica profunda, frontal y demoledora a las teorías que se enseñan en su nombre. Dediqué mi tesis y este libro a denunciar ese fraude y a exponer críticamente las ideas originales que se presentan en La Teoría general.

Publicadas en 1936, las teorías de Keynes se forjaron y fueron abriéndose camino durante un período de grandes acontecimientos y catástrofes que atravesó el capitalismo de comienzos de siglo XX: la Revolución Rusa, la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión y el surgimiento del fascismo y el nazismo. Los aportes de este autor, en apretada síntesis, representaron un intento de derrocar la doctrina del laissez-faire. Según la teoría clásica de entonces, el sistema capitalista cuenta con dispositivos propios y autónomos que aseguran la plena ocupación de los recursos disponibles. En otras palabras, si se dejan las cosas en libertad, es decir, si el Estado no interviene, la actividad económica privada, a través de los mecanismos de mercado, marcha inexorablemente hacia el pleno empleo o, dicho a la inversa, las crisis prolongadas jamás pueden ocurrir. Sin embargo, la crisis de los años treinta se había encargado por sí misma de demoler esa creencia. Keynes, por su parte, se propuso proveer una fundamentación teórica sólida para la intervención del Estado que fuera capaz de sacar a la economía de la crisis. Iba a contramano de la fe ciega en la invulnerabilidad del mercado que tenían los economistas consagrados de su época. Pero no se trataba meramente de proporcionar herramientas prácticas, sino que el proyecto de Keynes apuntaba también a revolucionar los conceptos fundamentales de la teoría económica (mercancía, dinero, capital), distanciándose radicalmente del pensamiento de sus antecesores clásicos.

Lo interesante es que, con el paso del tiempo, apagadas ya las brasas candentes de la revolución keynesiana, el pensamiento económico oficial se abocó a ocultar las críticas más profundas y las explicaciones más originales del autor para regresar subrepticiamente a un lugar muy cercano al punto de partida. A través de numerosas y laboriosas aportaciones, se ensayó una imposible reconciliación entre Keynes y sus enemigos teóricos. Así, progresivamente, se volvió a una representación en la que la libertad de mercado era por sí sola garante del funcionamiento armónico del sistema económico. El único cambio atribuible a Keynes era que reservaban para el Estado intervenciones puntuales, quirúrgicas y transitorias, convirtiéndolo en un simple y burocrático asistente en la estabilización de la economía. De la revolución teórica que desencadenó la Teoría general y de sus aportes conceptuales no quedó ni huella. La paradoja de esta apropiación de Keynes por parte de la ortodoxia es que, en su nombre, se volvió a la enseñanza de las mismas teorías que él intentó superar. Este libro se dedica a demostrar la violencia de esta tergiversación, de este ocultamiento, y a recuperar los aportes originales del autor a la teoría económica.

En los veinte años que transcurrieron desde la primera edición de este libro, mucha agua pasó bajo el puente. Y, sin embargo, creo que su propósito no perdió vigencia, más bien al contrario. Volvamos a la América Latina de fines de los noventa. Por entonces, se volvió inocultable el fracaso de las políticas neoliberales de apertura comercial y libre mercado. Sucesivas y profundas crisis azotaron la región y todo el andamiaje ideológico que le daba sustento al neoliberalismo voló por los aires, junto con el apoyo social que había conseguido. Se inició así, en la región, un ciclo de gobiernos posneoliberales de orientación popular que, con características propias en cada país, debieron abocarse, antes que nada, a la tarea común de reconstruir y reparar el daño social y productivo infringidos por los lineamientos del consenso de Washington. Aunque no carente de tensiones y dificultades, fue una época caracterizada por un ciclo de crecimiento con inclusión social y en la que se dieron pasos decisivos para la integración regional. Con o sin alusiones directas a la teoría keynesiana, el neoliberalismo fue sustituido por políticas de fuerte intervención estatal en la economía. Políticas que dieron contundentes resultados en materia de crecimiento e inclusión social, de desarrollo y defensa de la soberanía.

Crisis de diciembre de 2001.

Sostuve en otra parte (Kicillof y Ceriani, 2009) que la crisis de 2008 (conocida también como la crisis de Lehman Brothers o de las hipotecas subprime) puso de manifiesto, con espectacularidad, que el mundo unipolar con los Estados Unidos en el centro se encontraba totalmente descompuesto. Fue la mayor crisis desde la Gran Depresión. Lo que comenzó como un colapso bursátil, financiero y bancario pronto desembocó en una recesión de escala planetaria, que dejó expuestos gravísimos desequilibrios estructurales. En particular, se volvió evidente el desafío que representaban para la economía mundial el ascenso de China y su bloque de influencia. Para salir de la crisis, las grandes potencias implementaron gigantescos salvatajes a la banca y las finanzas. En los debates que suscitó la crisis, cabe señalar que ya no se le escapaba a nadie que las instituciones de Bretton Woods, provenientes del mundo de la posguerra, habían sido desbordadas y resultaban ya anacrónicas. Los especialistas clamaban por una profunda reforma de la “arquitectura financiera internacional”, por mecanismos de control de capitales, por regulaciones eficaces y por una mayor capacidad para cobrar impuestos a los capitales trasnacionales. Por supuesto, nada de eso ocurrió.

Una vez superada la etapa aguda de la crisis, la economía mundial quedó sumida en un estado permanente de fragilidad e incertidumbre sin precedentes recientes. Lo cierto es que la inestabilidad del sistema trajo en lo sucesivo enormes dificultades para todos los gobiernos: los Estados y sus herramientas de política económica parecen ser insuficientes e inadecuados al momento de lidiar con los nuevos y crecientes desafíos de un mundo en transición. Así, se ha observado que, desde entonces, los gobiernos (tanto de izquierda como de derecha, populares o aristocráticos) están experimentando enormes dificultades para cumplir con las expectativas de los votantes. La alternancia se convirtió en la norma. Los oficialismos rara vez consiguen la reelección, y los países transitan su historia, por así decir, a los barquinazos: alternando políticas de un signo y de otro, sin dar nunca en la tecla.

¿Qué puede aportar el pensamiento de Keynes a toda esta confusión? Aunque el fenómeno es bastante reciente, en varios países, los sucesivos fracasos de los gobiernos de los partidos y coaliciones tradicionales dieron paso a dirigentes que, venidos de fuera del sistema político partidario (outsiders), proponen una transformación simple: retirar o directamente destruir el Estado. En efecto, atribuyen el malestar y las frustraciones del presente a la intervención estatal en la economía en beneficio de “los políticos”.

 

Trump, Bukele, Abascal y Milei.

Si se observa esta ideología en perspectiva histórica, surgen algunas conclusiones perturbadoras. La Gran Depresión de los años treinta demostró que, cuando la economía funciona según sus propias leyes, sin ninguna intervención ni regulación, lejos de asegurar el crecimiento sostenido y la distribución equitativa de los ingresos y las riquezas, se generan profundas crisis de las que solo se puede salir con enérgicas medidas de política económica. Sin embargo, transcurridas varias décadas, con un sistema capitalista que hoy atraviesa inmensas y visibles dificultades, ganó fuerza la idea de que, en realidad, hay que desembarazarse por completo del Estado para mejorar el funcionamiento de la economía. Es como volver al punto de partida, sin haber aprendido nada.

Acaso la revisión de la trayectoria intelectual de Keynes y de sus principales aportes permita echar algo de luz en torno a los debates actuales referentes al grado de intervención del Estado y, sobre todo, a los alcances y los límites de los mercados desregulados para asegurar el bienestar social. Con la lectura del libro, espero dejar demostrado que, la mayoría de las veces, sin saberlo, cada teoría económica que se postula a sí misma como verdadera y eterna no es más que la expresión de determinadas condiciones históricas transitorias cuyos rastros pretende ocultar.

Axel Kicillof – Prólogo de “Volver a Keynes”.